Cultura

Mario Jorge de Lellis, un hombre de pueblo que fue poeta

Les cantó a los hombres del vino tinto y del pan duro, a los que tienen cigarrillos baratos entre los dedos y causas por las que luchar

Sus ojos eran como dos cavidades horadadas en un banco de nieve, un bigote tupido creciendo como maleza en la palidez de la cara, el cuello levantado y un aire de familia que iba de su nariz a los zapatos, parecía salido de una película de gángsters. Mario Jorge de Lellis, antes de ser poeta e intelectual, le gustaba considerarse un hombre de pueblo y maneras de Almagro. El barrio fue su patria chica y el oficio de escritor se convirtió en su estilo total de vida.

Nació el 14 de marzo de 1922, en una antigua casona de la calle Sarmiento de principios del siglo XX, hoy ya demolida. Empezó su vida como la acabó: en medio de libros. No sabía leer aún y ya reverenciaba esas piedras levantadas, apretadas como ladrillos en los estantes de la biblioteca. Lanzarse al asalto de la sabiduría humana fue el grito de guerra que no acalló hasta el final de sus días. Por eso no llamó demasiado la atención que De Lellis encabezara aquella inolvidable “generación del 60”, que produjo un alumbramiento de poetas, escritores y compositores que dejaron huellas imborrables en la literatura argentina. Era el tiempo de las revistas El Escarabajo de Oro y El Grillo de Papel. Esta última había nacido de una polémica que sostuvieron Abelardo Castillo y Arnoldo Liberman con la ortodoxia del Partido Comunista representada por la revista Gaceta Literaria, dirigida por Pedro Orgambide. El epígrafe de su primer número, extraído del célebre poeta alemán Goethe, le anticipaba al lector la primacía de la ficción por sobre toda teoría política o escuela del mundillo literario: “Gris es toda teoría y verde el árbol de oro de la vida”.

Cuando De Lellis empezó a ganarse un lugar entre los grandes poetas populares, conoció a Isidoro Blaisten. Ambos tenían un gran sentido del humor y de ahí provino un idealismo del que nunca pudieron deshacerse. Tenían una oficina de fotocopias sobre la calle Florida en la que nunca entendían lo que estaban haciendo. No obstante, en ese momento De Lellis dirigía una revista que se llamaba Ventana de Buenos Aires, una publicación literaria que solo llegaría a sacar 14 números y donde convergían jóvenes poetas.

Abelardo Castillo le dedicó alguna vez un poema: “Tenías instrumentos de hacer música / por todas paredes, y en el alma. / Tenías un sombrero a lo cualquiera, / un modo de volver de madrugada. // Y una voz, sobre todo. La más fea voz de este mundo, pero igual cantabas / (algo entre Chaliapin y verdulero). / Costantini te hacía la guitarra”.

En las mesas de Gildo, con su antigua atmósfera de tabaco, De Lellis se reunía con otros escritores para reflexionar sobre cualquier cosa: literatura, política y el club de sus amores, Boca Juniors, al que supo dedicarle unos versos. Como así también se los dedicó a uno de sus escritores predilectos, el inolvidable Roberto Arlt: “Blasfemó y escribió. Con todo el corazón, todo el cansancio. Capítulo a capítulo nos describió la piel, nos mostró gorrioneras de hambre flaca, largos galpones duros donde el dolor dolía, Buenos Aires cayéndose sonámbulo”.

Cuando callaron los gorriones

Cuenta Vicente Battista que De Lellis era tozudamente ateo y que, a mediados de los años 60, cuando se enteraron de su cáncer comprendieron rápidamente que debían abandonar toda esperanza. Tenía 44 años, pero llevaba publicados una extraordinaria cantidad de cuentos, una novela, una biografía de Pablo Neruda, otra de César Vallejo y doce libros de poesía. Dijo también que esencialmente era un poeta que “iba como buscando flores por la vida”, constituido por derecho propio en un continuador de la obra de Raúl González Tuñón.

Observó Abelardo Castillo que a Mario Jorge de Lellis no lo mató el alcohol ni lo mató la muerte. Lo mató la magia. Cuando tenía 33 años escribió un poema que empezaba diciendo que ya estaba “en las tres cuartas partes de mi vida”. Murió, puntualmente, 11 años después, cuando se cumplía la última cuarta parte de la vida que se otorgó a sí mismo. Fue el 14 de noviembre de1966. Su amigo, y notable escritor, Isidoro Blaisten dijo: “Quizá esa tarde los gorriones se hayan callado un momento”.

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