CULTURA

Martín García, la penitenciaría de los presidentes derrocados

Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón y Arturo Frondizi fueron algunas de las personalidades que estuvieron prisioneros en la llamada “Santa Elena del Plata”.

A 86 kilómetros de la ciudad de La Plata hay una isla que parece arrancada al Amazonas. El verde lo devora todo: los tejados, el antiguo faro con su empinado semáforo, los pálidos caserones coloniales, la escuela, la chimenea del crematorio de la época de la fiebre amarilla, los polvorines de Lavalle, los cañones que emplazó Sarmiento, las calles que siempre desembocan en la jungla.

Todo lo invade la marea vegetal enmarañando acacias, helechos tropicales, lapachos, molles, madreselvas, jacarandás, palmeras, orquídeas salvajes, mburucuyás, palos blancos, talas y espinillos, una vegetación alucinada que trepa desde el borde mismo de la playa hasta la loma que está en el centro de la isla. La algarabía corre a cargo de la variedad de pájaros, que van desde el loro y la garza rosada hasta el pájaro carpintero y el martín pescador.

Martín García solo tiene una superficie de 168 hectáreas en la que caben cuatro lagunas encantadas, un lago doble, dos minúsculos desiertos, suaves colinas donde reina la retama amarilla y el clavel rojo, riscos habitados por cactus gigantes y grandes prados para caminar entre talas y la aromática zarzaparrilla.

La isla es un desprendimiento de la remota formación granítica de la Sierra de Tandil.

Está bañada por las aguas cálidas de los ríos Paraná y Uruguay que, con su limo, la van agrandando. Se calcula que cada año tiene 30 centímetros más.

Martín García era un oscuro despensero que llegó a las costas del Río de la Plata integrando la escuadra de Juan Díaz de Solís. Le tocó morir en la isla que, por la prodigalidad con que los conquistadores bautizaban todo, desde entonces lleva su nombre.

Buena parte de la historia argentina pasó por ese escaso territorio. En 1814 Guillermo Brown, con sus marineros gauchos, tomó por asalto la isla. Allí, un día de 1825, los brasileros hicieron ondear su bandera en épocas en que el país estaba enfrentado al imperio, y 20 años después José Garibaldi ocupó la isla, apoyado por la escuadra anglofrancesa que bloqueaba el Río de la Plata. En 1839, Juan Manuel Lavalle, que preparaba en la isla su ejército para derrumbar al rosismo, decidió cambiarle el nombre y llamarla Isla de la Libertad. En 1850, Domingo Faustino Sarmiento, con las piedras de la isla soñó construir una ciudad sabia como Atenas, refinada como Florencia, industriosa como Nueva York, inexpugnable como Gibraltar. Arriba de una colina erigió el Capitolio. A su alrededor, escalonadas en las suaves pendientes, imaginó la universidad, las escuelas, los museos, las bibliotecas, los centros de investigación científica. Hasta pensó en el nombre de ese núcleo urbano: Argirópolis (“ciudad de plata”). Solo pudo construirla en las páginas del libro, ya que en la isla no. Julio Argentino Roca pensaba que, en lugar de la utopía sarmientina, la isla debía utilizarse para el envío de los cautivos de la absurdamente llamada Campaña del Desierto.

Pero la fama de la isla crecería en el siglo XX, cuando se convirtió en el lugar de detención de tres presidentes argentinos elegidos por el voto popular. Luego del golpe de Estado de 1930, Uriburu mandó allí a Hipólito Yrigoyen, quien ya era casi octogenario, y a Elpidio González, quien pasó de vicepresidente a ganarse la vida revendiendo anilinas Colibrí. De aquellos 15 meses de cautiverio se recuerda una frase del caudillo: “Cuando el camino del engaño es largo, hasta la verdad se olvida de lo cierto”.

En octubre de 1945, vistiendo saco colorado y pantalón de franela gris, llegó detenido a Martín García el general Juan Domingo Perón. Lo alojaron en una casa desocupada, en lo alto de la loma. Por uno de los tres balcones, el de la cocina, recibió el saludo de cinco pobladores. Escuchaba ansiosamente las noticias de Buenos Aires en una pequeña radio portátil. Cuatro días después, un 17 de octubre, a las tres de la madrugada, se embarcaba de regreso.

Arturo Frondizi fue confinado al ser derrocado su gobierno. Fue el que más tiempo estuvo prisionero allí: un año y medio. Con la recuperación de la democracia, en 1983, la isla fue declarada Monumento Histórico Nacional y reserva de flora y fauna. Funciona allí la Comisión Administradora del Río de la Plata.

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