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Mucho más que la mujer de hombres famosos

Alma Mahler estuvo casada con tres celebridades del siglo veinte: un compositor, un escritor y un arquitecto. Sin embargo, su talento la hizo célebre por sí misma,

No quería ser musa ni ama de casa, tampoco recostarse en la mullida fama de su marido, Alma Mahler tenía sus propios planes y dedicó su vida a cumplirlos, enfrentando los prejuicios patriarcalistas de la época. Nació en Viena el 31 de agosto de 1879, hija de una cantante y de un pintor que solían llenar la casa de artistas en fiestas interminables que sacudían la modorra del barrio. Su padre, Emil, murió cuando Alma tenía doce años. Su madre se volvió a casar, esta vez con Carl Moll, que también era pintor y había sido discípulo de su marido.

El primer beso se lo dio a los 16 años el pintor Gustav Klint, con quien tuvo un romance adolescente. Ese recuerdo quedaría por siempre rondando su memoria y se plasmaría en un cuadro El beso, cotizado actualmente en el mercado en varios millones de dólares. En 1902, se casó con Gustav Mahler, quien ya era un consagrado compositor y director de orquesta. Él tenía 42 años; ella, apenas 22. Tuvieron dos hijas, la primera de ellas, María, solo vivió cinco años, murió de difteria. A ella dedicó Mahler el addagietto de la Sinfonía Nro. 5. La segunda hija, Anna, fue una reconocida escultora, que nunca pudo perdonar a su padre la muerte de su hermana. Atribuía misteriosamente a Gustav haber provocado la temprana partida de María al componer las canciones a la muerte de los niños.

Al casarse con Gustav, parecía que el de Alma iba a ser el típico destino de las mujeres de su época: abandonar la mayoría de sus inquietudes artísticas y dedicarse por entero al cuidado de la casa y la familias. Seguía a su marido por todas partes, su obra musical propia quedó patéticamente relegada: “Arrastraba conmigo a todas partes adonde iba las cien melodías que compuse, como un ataúd que ni siquiera me atrevía a mirar”. Se inmoló a la tiranía hogareña y al reducido papel de copista de las obras de Gustav: “Viví su vida..,. cancelé mis anhelos y mi ser..., su genio me devoró”.

Él la obligó a abandonar el arte porque dos músicos no podían tener cabida en el hogar. Esa terrible condena la sumió en una profunda depresión que la hizo viajar, en el verano de 1910, al balneario austríaco de Tobeldad, cercano a la ciudad de Graz. Fue ahí donde conoció al arquitecto Walter Gropius, el fundador de la Bauhaus, una escuela innovadora de arquitectura que fusionaba el arte y el diseño industrial. Gustav se enteró de los amoríos de su esposa y le pidió que regresara con él, prometiéndole ayudar en su carrera artística. Ella no se dejó ganar por la desesperación de ese último recurso de marido despechado, aunque su admiración por él nunca se amenguó en lo más mínimo. Al año siguiente, Alma acompañó a Gustav en su gira por los Estados Unidos, lo incentivó para que concurriera como paciente al consultorio del psicoanalista más importante de la historia, Sigmund Freud, y lo acompañó hasta su muerte.

Alma sentía una gran atracción por los artistas. Otra de sus parejas fue el pintor austriaco Oscar Kokoschka, famoso por sus retratos y paisajes expresionistas. Ella había posado para él en varias ocasiones. Fruto de este trabajo fue el cuadro la novia del viento, una pintura de 1913 que está actualmente en el Museo de Arte de Basilea. Kokoschka llevó muy mal la separación con Alma, a punto tal que mandó hacer una preciosa muñeca con las mismas medidas y proporciones que ella.

A mediados de 1920, Alma formalizó su relación con Franz Werfel, un escritor que había peleado en el ejército austro-húngaro durante la Primera Guerra Mundial. De esa relación, nació Martin Carl Johannes, un niño que murió a los diez meses de nacer.

A pesar de su nuevo matrimonio, mantuvo relaciones con el sacerdote Johannes Hall, quien, por amor a ella, sacrificó las posibilidades de volverse arzobispo de Viena. Se decía que Alma “era una mujer bella y con tanto talento e inteligencia que bien valía una misa”, ella, en sus diarios, se describía así: “Soy absolutamente vulgar, superficial, sibarita, dominante y egoísta”.

Cuando Austria fue invadida por los nazis, Alma huyó con Franz –quien era judío–, primero a España, luego Portugal y, finalmente, Estados Unidos.

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