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Nidia Díaz: de las mazmorras de la dictadura a la Asamblea Legislativa

Es una de las figuras más significativas de la política salvadoreña. En los años 70 tuvo un fuerte compromiso en la lucha contra la dictadura de su país, lo que le valió años de encierro y horror.

Su nombre real es María Marta Valladares, pero desde que se unió a la guerrilla a los 18 años todos la conocen como Nidia Díaz. Es una mujer de grandes ojos negros, mirada penetrante y dueña de una apasionada oratoria. Y es una de las pocas que exigió la desmilitarización de la sociedad salvadoreña y la depuración profunda del Ejército, con el cese de la impunidad para los responsables de delitos de lesa humanidad. Historias como la suya son las que deben conocerse para entender de qué se habla cuando se reclama el derecho a la paz en Centroamérica.

El Salvador es un país de aproximadamente 22.000 kilómetros cuadrados y unos 6 millones de habitantes, la mayoría sumidos en la pobreza más aberrante. Desde 1931 hasta 1979 sufrió un largo período de dictaduras militares; gobiernos encabezados por las fuerzas militares y financiados por los grandes terratenientes cafetaleros, que implantaron una sanguinaria represión política para conservar el poder. Más de cien mil personas murieron bajo la violencia, miles de ellas desaparecieron por la acción del paramilitarismo y el ejército de Seguridad Nacional instaurado por Estados Unidos.

En la madrugada del 18 de abril de 1985, el pueblo salvadoreño vivió uno de sus episodios más sangrientos. “Recuerdo la sorpresa, el bombardeo, los aviones sobre nosotros, la disparidad en todos los aspectos, incluso en el lugar sin defensa donde estábamos”, afirmó Nidia Díaz. Ella atinó a disparar frente a esa situación, a responder como si se pudiera. En ese mismo momento, tomó la angustiosa decisión de morir combatiendo, ya que iba a ser un enfrentamiento muy desigual. Fue justo cuando trató de buscar un lugar más protegido para continuar disparando, cuando vio aparecer los helicópteros adelante suyo. Se hizo imposible esconderse, escurrirse: estaban allí volando en círculos. Sus piernas estaban heridas y tenía un brazo quemado. Y ahí estalló una bomba, lo último que sintió antes que su cuerpo saltara por el aire.

Cuando Nidia despertó, sintió una mano sobre sus piernas. Una mano cubierta por un guante amarillo. El hombre tenía lentes oscuros y barba, y llevaba un uniforme típico de los asesores norteamericanos. Se plantó con toda la soberbia que le daba la impunidad y el poder sobre los otros. Volvió a desmayarse y, cuando reaccionó otra vez, sintió que la arrastraban sobre la tierra. El mismo hombre la llevaba, tirando de la ropa a la altura del cuello, mientras ella sentía que sangraba sobre ese camino desparejo que era terrible para las heridas. Meses más tarde supo quien era el “yanqui” que la había capturado; el mismo que sonreía cuando ella estaba indefensa y mal herida: era nada menos que el exagente de la CIA, Felix Rodríguez, el mismo que ordenó matar a Ernesto “Che” Guevara en Bolivia.

Estuvo detenida hasta octubre de 1985. Luego, supo que iba a ser canjeada junto a otros prisioneros por la hija del entonces presidente Napoleón Duarte, que había sido capturada por Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln): “Nunca estuve sola, ni en la tortura, porque siempre sentía a mis compañeros, sabía que no iba a ser abandonada y luego me enteré que hubo voces en todo el mundo pidiendo mi liberación”. Efectivamente, el mundo enteró conoció su historia. Nidia fue diputada electa en su país dos veces y excandidata presidencial, recorriendo diversos países y dando cientos de conferencias.

La militante tuvo una fuerte actividad como dirigente en El Salvador, siempre bajo amenaza, y también como integrante del Parlamento centroamericano (Parlacen) y vicepresidenta de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe (Coppal), entre otras importantes presencias en cada uno de los foros de unificación regional. Sin haber perdido jamás sus gestos de ternura, ella insiste: “Somos la memoria y la piel de América”. Hay un dato de Nidia Díaz que la vincula profundamente a la ciudad de La Plata. Fue muy amiga del platense Alejandro “Gurí” Jáuregui, el líder del conjunto vocal Quinteto Tiempo.

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