Cultura

Oliverio Girondo y Jorge Luis Borges, dos escritores enamorados de la misma mujer

Los dos autores amaron a Norah Lange, pero el elegido fue el creador de Veinte poemas para ser leídos en un tranvía. Borges sufrió mucho esa decisión de la novelista y poeta.

En 1926, en una cena organizada por la Sociedad Rural Argentina en homenaje a Ricardo Güiraldes, Oliverio Girondo conoció a Norah Lange. Ella no había llegado sola, estaba con Jorge Luis Borges. Norah era la prima de Borges, circunstancia que no había impedido que éste se enamorara perdidamente de ella. Ella era la sexta de nueve hermanos, y él era el maestro que la había iniciado en las vanguardias literarias. Solían hacer largas caminatas juntos, tomar el té en alguna confitería del centro, y hablar largas horas de literatura y música. Una vez, recordaba Borges, bailaron tango hasta el amanecer. Él la estimulaba mucho a escribir. Un año antes le había escrito el prólogo para La calle de la tarde, el primer libro de poemas de ella. En ese prólogo, Borges la describe a Norah como “leve, altiva y fervorosa como bandera que se cumple en el viento”, y encarece la lectura de sus versos describiéndolos “conmovedores como latidos”.

Ese sábado de noviembre, en Palermo (barrio al que Borges eligió para ambientar tantos enfrentamientos en sus cuentos), se libró una batalla: los dos hombres se disputaron el corazón de esa mujer. Que Norah haya vivido con Oliverio hasta el día en que este murió (el 24 de enero de 1967), nos dice cuál fue el resultado.

Oliverio Girondo era un hombre desenfadado, de barbita mefistofélica, que había estudiado en el Epson College de Inglaterra y en el Colegio Albert Le Grand de Francia; y que al día siguiente de recibirse de abogado había iniciado sus viajes por todo el mundo. Un hombre que, según escribió Pablo Neruda en un poema: “Brillaba de vida insurrecta”. El día de la fiesta tenía 35 años y tres libros publicados: Veinte poemas para ser leídos en un tranvía, Espantapájaros y Calcomanías.

Por su parte, Borges hacía dos años que había regresado de vivir en el viejo continente. Con la publicación de Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente, Inquisiciones y El tamaño de mi esperanza, era considerado una de las grandes promesas de la literatura argentina, pero en su vida social era un hombre de resignadas costumbres, ensimismado y de timidez tartamudeante.

Girondo y Borges se conocían desde los años de Martín Fierro, una revista literaria que llegó a vender 20.000 ejemplares.
Cuando Girondo publicó Calcomanías, Borges comentó: “Lo he mirado tan hábil, tan apto para desgajarse de un tranvía en plena largada y para renacer sano y salvo entre una amenaza de claxon y un apartarse de transeúntes, que me he sentido provinciano junto a él”. Tenían buena relación. Hasta ese día.

Cuando Oliverio Girondo vio a esa pelirroja de 21 años, despiadadamente bella, supo de inmediato la tensión que recorrería el ambiente. A la derecha de Norah estaba sentado Jorge Luis; a la izquierda, Oliverio. Entre ellos, en el piso, una botella de vino que había llevado Oliverio y que Norah, en un descuido, volcaría con su pie. La anécdota fue contada por la propia Norah en una carta: “Él había comprado una botella de vino especial y la tenía en el suelo, al lado de la mesa. Yo la tiré en un torpe descuido; Oliverio me dijo con su voz (de caoba, de subterráneo): Parece que va a correr sangre entre nosotros. Esa fue la primera risa de las muchas que se sucederían hasta que
Oliverio y Norah se fueran de la fiesta tomados del brazo. Borges confesaría después que, esa noche, en que volvió a su casa con el dolor a cuestas, estuvo al borde del suicidio.

El recuerdo del casamiento

Norah Lange publicó el libro 45 días y 30 marineros, y Oliverio Girondo le organizó una fiesta para la que le hizo a la escritora un traje de sirena, pero con escamas al revés.

La propia Norah Lange invitó a Jorge Luis Borges a la fiesta, quien declinó la invitación. En cambio, sí concurrieron dos poetas que por entonces estaban en Buenos Aires: el chileno Pablo Neruda y el español Federico García Lorca.

Oliverio y Norah formalizarían su relación amorosa, luego de diecisiete años, casándose a finales de 1943, en la Parroquia de Nicolás de Bari, yéndose de luna de miel a Montevideo y a Brasil (donde frecuentarían a la poeta chilena Gabriela Mistral, quien por entonces era cónsul en ese país).

 

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