Cultura

El acorazado Eisenstein: el director que revolucionó el cine ruso

Las películas que dirigió, auténticos clásicos de la filmografía mundial, y las circunstancias políticas que le tocaron vivir hicieron de su existencia una aventura fascinante.

Sergei Mijailovich Eisenstein nació en Riga, Letonia, el 22 de enero de 1898. No fue, como muchos puerilmente creyeron, el “director oficial” de la burocracia soviética. Fue un artista que tuvo que vérselas con los designios férreos que imponía el stalinismo, y que dejó una filmografía a la que aún hoy puede mirarse con admiración por el ­profundo conocimiento de su oficio y el arrojo intelectual con el que fue realizada.

Desde el principio, desde El diario de Glúmov, su cortometraje de 1923, Eisenstein se preocupó por que existiera una unidad entre la estructura formal y la historia narrada. Era un admirador de la búsqueda estética del director estadounidense David Wark Griffith, de quien tomó la utilización del primer plano y elementos que utilizaría en una técnica de montaje de la que fue pionero. Su teoría del montaje sería estudiada y aplicada por muchos de los grandes directores de Hollywood.

La huelga, El acorazado Potemkin y Octubre son tres pruebas concluyentes de su inmensa lucidez y de su gigantesco potencial como realizador cinematográfico. Es la trilogía que plasma el espíritu de una revolución recién hecha y que marcaría un quiebre profundo en la historia de la humanidad.

El stalinismo lo hizo caer en desgracia cuando desoyó la orden de regresar a Moscú mientras completaba el rodaje de ¡Que viva México!, una brillante película que quedó inconclusa, y en la que Eisenstein se había propuesto retratar la historia de ese país desde la época prehispánica hasta el período abierto con la revolución de 1910. Tuvo que pagar su desobediencia con Alejandro Nevski, por encargo directo de Stalin, una película que de alguna manera legitima la autocracia de un príncipe del siglo XIII que resiste una invasión. Finalmente, Nevski-Stalin es vivado por el pueblo y dispensa un trato magnánimo a los prisioneros.

Pese a todo, las “razones de Estado” no impidieron que el director siguiera mostrando su refinamiento formal expresado en algunas imágenes exquisitas.

El nacimiento de una leyenda

Sin duda, su película más emblemática es El acorazado Potemkin, que recrea los hechos de 1905 en la que marineros rusos se amotinaron contra sus oficiales en el puerto de Odessa, hoy Ucrania. Obra en la que muestra su talento para hacer un montaje altamente pulido y de gran impacto visual, el poder de ciertos simbolismos (mostrar cómo se cocina una rebelión mientras se cocina un guiso) y la demostración de que se puede hacer un cine militante sin caer en la chatura del panfleto. Todo lo cual justifica que ese acorazado no se haya hundido, pese a los 96 años que lleva de filmado, y sea la película que le haya dado fama en el mundo entero.

Entre las muchas escenas inolvidables, está la de la escalinata, con 170 planos, cuando los soldados disparan contra el pueblo y los cosacos cargan a sablazos para acabar con la manifestación. En ese momento, una madre es alcanzada por una bala mientras corre con un coche de bebé, que rueda escaleras abajo al morir la madre. Otra mujer lleva en brazos a su hijo muerto por los disparos y se enfrenta a los soldados. Esta escena ha sido homenajeada por numerosos directores, como Francis Ford Coppola en El padrino, Brian De Palma en Los intocables, Woody Allen en Bananas, Terry Gilliam en Brazil, Peter Segal en La pistola desnuda 33⅓, e incluso en Los Simpson.

Generalmente no convocaba a actores profesionales, sino a muchas personas que trabajaban en el ámbito respectivo, y a las que preparaba en un largo y paciente trabajo de construcción del personaje.

Hollywood no quiso que el genio de Eisenstein quedara confinado del otro lado de la cortina de hierro, por lo que la Paramount firmó un contrato con el director, no solo para que filmara, sino para que también diera conferencias en las prestigiosas universidades de Columbia y Harvard. Al entrar en los Estados Unidos, tuvo que jurar respeto a la Constitución estadounidense, y se lo presionó para que no usara su gorra típica y se quitara la barba. Pero sus proyectos fueron rechazados, uno tras otro, por su “irrefrenable tendencia comunista”.

Murió en Moscú el 11 de febrero de 1948, cuando apenas había cumplido 50 años.

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