Cultura

Cuando La Plata tenía tranvías

Entre 1884 y 1966 circuló por nuestra ciudad este medio de transporte seguro y sin perjuicios para el medioambiente. Muchos platenses aún lo añoran.

Dos años después de que La Plata fuera fundada, co­menzó a transitar por sus calles el primer tranvía. Así fue hasta la Navidad de 1966, en que un coche de la línea 25 realizó su último recorrido e ingresó a la estación a las 22.55.

Los primeros tranvías de nuestra ciudad eran de tracción a vapor y pertenecían a la empresa Landín & Veiga. Su recorrido iba desde la estación del Ferrocarril del Oeste, que funcionaba en el actual Pasaje Dardo Rocha, hacia pocos y estratégicos lugares, entre otros la Legislatura, la Municipalidad, Tribunales y el Departamento de Policía.

Los ingleses imaginaron los tranvías como una suerte de apéndice del servicio ferroviario. En 1885 se estableció la empresa ­Tramway Ciudad de La Plata, de capital inglés, cuyos vehículos eran a tracción a sangre, con un recorrido sensiblemente ampliado. Los vehículos circulaban con un jinete que los precedía y que tocaba el ­cornetín, anunciando el paso del tranvía. La compañía Tranvía a la Ensenada se encargaba de unir la ciudad de las diagonales con el pueblo del Fuerte Barragán. Poco tiempo después se establecería un servicio entre La Plata y el poblado de Los Talas, que con el tiempo se convertiría en Berisso.

Nuestra ciudad fue la elegida para poner a prueba el tranvía eléctrico. La superioridad del sistema de alumbrado público con respecto al de Buenos Aires la hacía más propicia para este experimento de transporte público. Fue por ello que se tendió una línea eléctrica por aire sobre la avenida 7 entre las calles 45 y 50.

La prueba dio buenos resultados, pero cundió el miedo de los pasajeros por los chisporroteos que provocaban las ruedas sobre los rieles. Por eso, se continuó hasta 1910 con el tranvía con tracción a sangre, cuando los caballos terminaron su trote fatigado y entraron para siempre en la negra boca de los corralones.

Los tranvías eléctricos fueron explotados por la empresa Tranvía La Nacional, aunque era popularmente conocida como “La Inglesa”, cuya estación se encontraba en calle 20 entre 49 y 50.

Los coches estaban pintados de amarillo en la parte superior, en tanto que la parte de abajo era granate. Eran diez líneas que cubrían cerca de 55 kilómetros con 35 coches diarios.

El tendido de los rieles muchas veces tuvo que hacerse en medio de verdaderas batallas campales, protagonizadas por vecinos que querían impedir esas máquinas que, sospechaban, sembraría el riesgo en las calles platenses. Algunos señalaban la amenaza de esos cables electrizados que pendían sobre las cabezas de los inermes transeúntes. Temían que se vieran definitivamente frustradas ciertas costumbres por entonces innegociables: el rito de sacar por las tardes las sillas a la vereda, los chicos andando en bicicleta o jugando a la pelota, los perros sueltos en una calle que de árbol en árbol reconocían como propia.

Bajo el primer gobierno de Perón, la municipalidad decretó la caducidad de las concesiones y asumió la administración del servicio de tranvías, mediante la creación de la Administración General de Transporte de Pasajeros. Así se transformó en el medio de transporte más popular y menos deficitario.

Un símbolo de época

El tranvía fue símbolo de muchas conquistas: el coche para obreros –servicios que circulaban entre las 3 y las 7 de la mañana, con boletos a mitad de precio–, el coche para damas, el boleto de ida y vuelta y el abono mensual. Desde las 6 de la mañana del 10 de junio de 1945, cuando el tránsito de Argentina cambió de mano, los tranvías quedaron solos circulando por la izquierda: una costumbre de los tiempos de cocheros y mayorales instaurada para evitar que los latigazos de los aurigas cayeran sobre los peatones.

“Es hermoso, de noche, / ver huir, calle abajo, los tranvías, / con un polvo de estrellas en las ruedas / y en la punta del trole una estrellita”, escribió Baldomero Fernández Moreno, cifrando el sentimiento de muchos platenses que veían a los tranvías como parte entrañable de su paisaje cotidiano. En las brumosas mañanas de frío, con sus luces pálidas y sus vidrios empañados, parecían invernaderos de gente que iba hacia sus obligaciones. El crujido de su andar, el tañido de la campana que el mótorman accionaba con el pie y el largo quejido exhalado en las curvas cerradas fueron parte de la banda sonora de los platenses que, de esa manera, recordaban que seguían vivos.

El tranvía valorizó zonas alejadas y creó nuevos y populosos centros. El 25 de diciembre de 1966, se perdió para siempre en esa vaga mitología de recuerdos que forman el pasado de una ciudad. Cuando fueron borrados de la geografía urbana, nació una nostalgia. Entró en la vía muerta mucho más que una manera de viajar y sociabilizar; se fue todo un tiempo de la ciudad de La Plata de postillones, mayorales, guardas y mótorman que silbaban un tango y cada tanto, mirando el espejito retrovisor, con cordial autoridad, mandaban: “¡De a dos en el pasillo!”.

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