Oppenheimer, entre el genio y la locura
Fue el encargado de llevar adelante el proyecto de construir la primera bomba atómica. Sus últimos años los pasó bajo estrecha vigilancia acusado de espía.
A sus veintidós años, Julius Robert Oppenheimer, conocido como el padre de la bomba atómica, en unas vacaciones en Córcega, estaba leyendo En busca del tiempo perdido de Proust y descubrió y aprendió de memoria el pasaje del primer tomo, Por el camino de Swann, en que Mademoiselle Vinteuil incita a su amante lesbiana a que escupiera en la
fotografía de su padre muerto: “Quizás no habría considerado la maldad como algo tan raro, tan extraordinario, tan enajenador, donde tan placentero era emigrar, si hubiera podido percibir en sí misma, como en todo el mundo, esa indiferencia por los sufrimientos que uno causa”.
Era un niño precoz, solitario y curioso, que sentía una feroz pasión por la ciencia, en especial la química. La matemática, sin embargo, era su punto débil y, más adelante, cuando se hizo conocido como brillante físico teórico, sus colegas seguían pensando que su nivel de matemáticas era insuficiente para un profesional. Durante su adolescencia, su conducta era tildada de “errática”: a veces se hundía en la melancolía, negándose a hablar o a reconocer la presencia de los demás; otras se ponía extrañamente eufórico y recitaba largos pasajes de literatura francesa y textos sagrados hindúes. En algunas ocasiones sus amigos temieron que estuviese al borde de la demencia.
Una vez, durante el año que pasó por la Universidad de Cambridge, dejó una manzana envenenada en el escritorio de su tutor, un episodio que fue silenciado después de que su padre prometiera que lo enviaría a un psiquiatra. Años más tarde, cuando Oppenheimer se convirtió en director del laboratorio de Los Álamos, no se cansaba de poner nerviosos a sus colegas. Por un lado, con frecuencia parecía perdido en sus abstracciones, silencioso y distante; por el otro, se sometía sin reparos a la supervisión de las autoridades militares, incluso a pesar de que los servicios de inteligencia sospechaban que era un espía comunista. Cuando, después de la guerra, Oppenheimer abogó para que los Estados Unidos y la Unión Soviética compartieran sus conocimientos tecnológicos para evitar un cataclismo nuclear, sus oponentes consideraron que esa actitud conciliadora era suficiente para ponerle la etiqueta de traidor.
Cuando el general Leslie Groves eligió a Oppenheimer para el puesto de director en Los Álamos, lo que lo hizo inclinarse por ese científico es que entendiera mucho mejor que sus colegas los aspectos prácticos de cómo pasar de la teoría abstracta a la fabricación concreta de la bomba atómica. Más tarde, se propusieron algunas ciudades japonesas como blanco de la bomba. La decisión definitiva se tomó pocos días antes de la incursión y cayó en Hiroshima porque era la única que no tenía campo de prisioneros aliados. El 6 de agosto de 1945, a las 8:14 de la mañana (hora local), con el Enola Gay, un avión bautizado con el nombre de la madre del piloto, el coronel Paul Tibbets, lanzó la primera bomba atómica de la historia.