Cultura

Tom Lupo, un poeta al micrófono

Muchos de los rockeros argentinos más célebres de los 80 y los 90 fueron difundidos por primera vez en los programas de radio de este conductor que tenía la memoria llena de poemas.

El destino bien pudo ser otro. A comienzos de 1982, Carlos Luis Galanternik trabajaba como editor en dos revistas, Twist y gritos y Alfonsina. La primera fue una publicación que surgió a raíz de la primera explosión de popularidad del rock argentino; la segunda había sido fundada por María Moreno y contaba con plumas de la talla de Rodolfo ­Fogwill, María Elena Walsh y Eduardo Grüner, entre otros. Un día lo llamaron para hacerle un reportaje de un programa de radio que recién daba sus primeros pasos; lo habían bautizado Submarino amarillo. El desen­volvimiento y la voz carpintereada del joven Carlos conmovió tanto a los productores que esa misma noche le ofrecieron que trabajara para ellos como movilero. Cuando le pidieron que se pusiera un sobrenombre rockero, no titubeó: Tom Lupo.

Después supo que esa respuesta tan contundente encerraba una convicción mayor de la que hubiera creído: “Mi único escritor admirado dentro del rock era Tom Wolfe, y wolf en inglés es lobo, lupo en italiano”.

Tom Lupo había ejercido como psicoanalista y era profesor en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Sus ganas de conocer y de contar lo hicieron abrazar definitivamente a su verdadera vocación, el periodismo, y, más aún, la divulgación poética. Con la sintonía fina para intuir que había mucho más de lo que se asomaba en la superficie y la inquietud de ir a buscarlo, Tom Lupo fue el primero en dar a conocer bandas de rock nacional como Sumo, Soda Stereo, Los Redondos, Virus, entre muchas otras.

Una de las primeras charlas que tuvo con Luca Prodan fue en torno al psicoanálisis contemporáneo. Tom le hizo una síntesis y se dio cuenta de que lo que más interesó al líder de Sumo de la teoría de Lacan es el argumento de que el hombre no progresa en lo afectivo, que lo que progresa es la tecnología. A modo de resumen, Tom le espetó que “el tiempo pasa y nos vamos poniendo tecno”. “Me acabás de dar una idea bárbara”, le respondió Luca, eufórico. “Siempre quise grabar Años de Pablo Milanés, pero me parecía melancólica la frase el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, vamos a grabarla con tu frase. Llamame a alguien que tenga estudio”. Tom llamó a Andrés Calamaro. “Era un viernes y al día siguiente ya estaba grabando. Calamaro puso todos los instrumentos y fue haciendo todas las pistas. Cuando Luca iba a empezar a cantar, me pidió que dijera algo, porque yo había tenido la idea, entonces repetí la frase que el hombre no progresa, que lo que progresa es la tecnología. Y después arranca el tema, que lo hizo muy rockero. Calamaro estaba fascinado con la creatividad de Luca, que esa noche tenía un recital en Pinar de Rocha y quedó medio afónico por pasarse toda la tarde grabando el tema, solo por gusto porque no hizo nada comercial después. Cuando muere Luca, lo edita Calamaro por su cuenta. Luca era pasional, muy inteligente, cultísimo”, contó Tom.

Una voz inconfundible

Tom Lupo entró en el rock al mismo tiempo que en la literatura. En su caso, la poesía y la divulgación eran dos movimientos de una misma sinfonía. Era consciente como pocos de que el juego del lenguaje debía poner de relieve el hecho de que hablar de determinada manera implicaba una determinada forma de vida. Por esa razón insistió siempre, desde cada programa radial del que participó, en leer a Federico García Lorca, Macedonio Fernández, Juan Gelman, Leopoldo Marechal o la proeza de decir de memoria el largo poema Tabaquería, de Fernando Pessoa.

Editó dos álbumes de poesía: En mi propia lengua, musicalizado por Fernando Samalea; y Giro hondo, sobre textos de Olivero Girondo, con la participación de León Gieco. Nada de la cultura le era ajeno. Los artistas de nuestra ciudad pueden dar testimonio del apoyo que sábado tras sábado les brindaba en los años en que tuvo un programa en una emisora platense.

Murió el 4 de mayo de 2018. Nunca lo abandonó la tozudez y la convicción de que dar cuenta de la existencia de otros mundos posibles siempre vale la pena. Esa voz inconfundible que hablaba con la misma pasión de rock, poesía, psicoanálisis y vivencias de la calle venció a la muerte, porque cada vez que se lo recuerda, en lugar de muerte, hay luz.

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