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Witold Gombrowicz: el polaco que refundó la literatura argentina

Desterrado de Polonia, vivió 24 años en nuestro país. Fue propuesto cuatro veces al Premio Nobel y es considerado uno de los mayores escritores de vanguardia del siglo XX.

Witold Gombrowicz nació en 1904, en Maolszyce, a 200 kilómetros al sur de Varsovia, Polonia. Era hijo de terratenientes. Terminó Derecho y, sin saber para qué, estudió después en París. Dos libros publicados en su país antes de la guerra, un volumen de cuentos y la novela Ferdydurke, le aseguraron un lugar en la literatura polaca de vanguardia. A comienzos de 1939, fue invitado por la agencia marítima Gdynía-América para viajar a la Argentina. Iban a ser solamente dos semanas y luego volvería con el mismo buque. Fue entonces que estalló la guerra, se cortaron las comunicaciones con Polonia y Gombrowicz quedó anclado en Argentina.

Vivió en Buenos Aires en condiciones de extrema pobreza. Conoció algunos literatos, unos lo tomaron en serio, otros lo trataron como a un payaso. En 1947, por fin, estuvo en condiciones de presentar su tarjeta al país: se editó (a duras penas) Ferdydurke. La traducción la hizo con un grupo de amigos en la confitería Rex de Tandil. Diría Ricardo Piglia sobre esta traducción: “Conozco pocas experiencia literarias tan extravagantes y tan significativas”. El escritor tradujo su obra a un idioma que apenas conocía, auxiliado por un grupo de jóvenes amigos recientes que conoció en el bar de un pueblo de provincia en el que se refugió hastiado del vértigo y furor de Buenos Aires.

El entorno que el escritor polaco eligió tener durante sus años en nuestro país fue entre otros: Jorge Di Paola, Miguel Grinberg, Carlos Mastronardi y el escritor cubano, por entonces en Argentina, Virgilio Piñera. Su novela pasaría desapercibida en nuestro país. Gombrowicz cortó casi todas sus relaciones con el mundo literario argentino. Se ganó la vida trabajando en la sucursal local del Banco Polaco. En 1957 se publicó Ferdydurke en París, recibiendo una lluvia de elogios por parte de la crítica francesa. El éxito se multiplicó con ediciones de la obra en Alemania, Austria, Italia, Inglaterra, Holanda, Bélgica, Dinamarca y otros países europeos. Lo propusieron para el Premio Nobel. La intelectualidad argentina comenzó a mirar con admiración a ese escritor que alcanzó la consagración literaria europea y que aquí era visto apenas como un inmigrante que sobrevivía a los tumbos.

El escritor tandilense, Jorge Di Paola, recordaba a Gombrowicz así: “Alerta, avizor, tenso, rubio de pelo corto, delgado, fumando insistentemente su pipa. Tenía una manera muy bufonesca de gesticular. Hacía pensar en Charles Chaplin, pero en todo caso se trataba de un Chaplin distinto. Quiero decir que su máscara voluntariamente patética o ridícula y sus extraños gestos tenían la eficiencia o mímica conmovedora de Chaplin. Sus cejas se enarcaban como las de un viejo profesor que hace una pregunta fulminante; saltaba abruptamente de una interrogación fundamental a un detalle nimio. Desconcertaba”.

Su despedida

El 8 de abril de 1963, Witold Gombrowicz terminó su vagar por la Argentina. Haía iniciado una tarde sombría del 39 con una guerra que lo fragmentó, cuando los nazis invadieron su país lanzándolo fuera de su Europa por veinticuatro años. Se fue en el Federico C y, desde el barco, mientras se despedía de sus amigos argentinos, gritó: “¡Maten a Borges!”. Ricardo Piglia interpretó esa frase como una manera de decir que había que apartarse de la sombra de Jorge Luis Borges, para que los escritores jóvenes pudieran hacer su obra.

Cuando Gombrowicz se reinstaló en Polonia, su obra comenzó a crecer en repercusión en Argentina. Un consagrado Ernesto Sábato escribió el prólogo de una de sus novelas, los jóvenes escritores empezaron a considerarlo un símbolo de la vanguardia literaria y sus obras dramatúrgicas se montaban por parte de grupos de teatro independiente.

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