El gran fútbol por delante, los grandes negocios por detrás
La condena a las violaciones a los derechos humanos en Catar no les impide a potencias mundiales como los Estados Unidos y Francia venderle armas al país asiático o firmar acuerdos para generar lucrativas oportunidades. Lejos de romperse, las relaciones económicas entre esas naciones se consolidan, a contramano de las manifestaciones “para la tribuna”.
Luego de la victoria del equipo estadounidense por sobre el iraní durante la fase de grupos del Mundial de Fútbol 2022, que se disputa en Catar, el titular del Departamento de Estado norteamericano, Antony Blinken, destacó que “el fútbol es una fuerza unificadora muy poderosa” y que constituye “un idioma común que habla prácticamente todo el mundo”. Sus palabras tienen una resonancia especial si se piensa que minutos antes, durante el entretiempo, el propio Departamento de Estado acababa de anunciar que los Estados Unidos le habían vendido armas a Catar por mil millones de dólares. Y que aquello del “idioma común” suele aplicarse al dinero.
A muy pocos se les habrá escapado el cinismo del alto funcionario, considerando que el gobierno de Joe Biden sigue sosteniendo la bandera de los derechos humanos, pero no se consideró oficialmente boicotear el Mundial no enviando al equipo nacional a la competencia, como lo reclamaba gran parte de la población en las semanas previas al inicio del torneo, por la dureza con que el régimen catarí reprime la homosexualidad, por la violencia contra las mujeres y por los miles de muertes producidas durante la construcción de los estadios donde se juegan los partidos, realizada en condiciones de semiesclavitud. Mientras la gente protestaba en las calles de Norteamérica, el gobierno hacía negocios con la monarquía catarí.
Es un panorama que se repite en muchas naciones occidentales, incluidas grandes potencias, como por ejemplo, en Europa, Francia y Alemania en particular.
El gobierno de Frank-Walter Steinmeier firmó esta misma semana su propio convenio con Catar, que garantizará la provisión de Gas Natural Licuado (GNL) a partir de 2026; esto después de que las hinchadas del Bayern Munich, el Borussia Dortmund y otros clubes de la Bundesliga realizaran protestas en los estadios germanos por las muertes de miles de trabajadores en Catar, generalmente inmigrantes de Kenia, Sri Lanka o Filipinas.
En tanto, la compañía francesa Total Energies anunció que invertirá 1.500 millones de dólares en la expansión del campo de gas natural North Field South, en Catar, en un negocio refrendado por el presidente Emmanuel Macron.
Se trata del mismo país en el que, antes del inicio de la Copa del Mundo, un conjunto de grandes ciudades (París, Burdeos, Marsella, Estrasburgo, Reims, Lille y Rodez) se negaron a instalar pantallas gigantes y a habilitar zonas para hinchas en espacios públicos, como es tradicional, de manera de limitar la exhibición de los partidos, realizando así un veto o boicot al torneo. El concejal de Deportes parisino, Pierre Rabadan, explicaba que “las condiciones de organización de esta Copa del Mundo, tanto en el aspecto ambiental como en el social”, habían llevado a la decisión de no apoyarla.
La relación de Macron con Catar, sustentada en lo económico, es de larga data. A lo largo de los años, el mandatario francés viajó varias veces al emirato para fomentar los negocios entre ambas naciones. En 2017, el galo cerró negocios con el emirato por nada menos que 12.000 millones de euros. ¿Para qué? También para la venta de material bélico, en este caso bombarderos.
Protestas y repudios públicos, incluso desde las esferas oficiales, pueblan las pantallas de televisión y los sitios de noticias, al mismo tiempo que estos mismos países mantienen lazos económicos con Catar, el mismo país al que afirman repudiar. Las condenas van por delante, junto a las espectaculares muestras de destreza y talento exhibidas por los jugadores que, día a día, deleitan a miles de millones de espectadores en todo el mundo. Por detrás, como siempre, van los negocios, cada vez más espectaculares.