Milei escala su violencia discursiva en medio de una crisis que se profundiza

En un contexto de creciente desigualdad y deterioro social, el presidente Javier Milei multiplica sus agresiones verbales, descalificaciones e incitaciones al odio.

La escalada violenta del presidente Javier Milei ya no se limita a exabruptos aislados. Se ha convertido en una estrategia sistemática, una forma de ejercicio del poder que encuentra en la agresión una válvula de escape para una gestión sin resultados tangibles para la mayoría. En las últimas semanas, en medio de una crisis económica cada vez más extendida, Milei intensificó sus ataques contra periodistas, dirigentes opositores, trabajadores estatales e incluso un niño con autismo, utilizando el aparato estatal y su presencia en redes sociales para amplificar el odio.

La violencia como método no es un accidente. Mientras los indicadores sociales perforan los relatos oficiales, el presidente redobla su virulencia. Según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, más de la mitad de los argentinos sufre hoy estrés económico. La desigualdad se profundiza: el 10% más rico concentra un tercio del ingreso y el decil más pobre apenas accede al 1,7%. Los salarios reales caen, las tarifas suben, el pan amenaza con llegar a $4.500 el kilo y miles de comercios cierran.

Frente a esa realidad, Milei parece haber optado por desviar el foco a través del escándalo constante. Durante la última semana, en una cena partidaria en Puerto Madero, el Presidente se jactó de su crueldad: “Sí, soy cruel, kukas inmundos, con los empleados públicos, con los estatistas”. La expresión le valió una denuncia judicial por incitación al odio presentada por la abogada Valeria Carreras, quien advirtió sobre el riesgo institucional de que un mandatario utilice esos términos para deshumanizar a sectores de la población.

El ataque contra el niño Ian Moche, que había cuestionado declaraciones discriminatorias de un funcionario, marcó un nuevo límite traspasado. Cuando un periodista de El Destape consultó por el caso, Milei respondió con insultos, acusándolo de “periodista basura” y cerrando su mensaje con la sigla “Nolsalp”: no odiamos lo suficiente a los periodistas.

Lejos de ser hechos aislados, los ataques se replican en un ecosistema mediático y digital alimentado desde el propio Gobierno. Campañas de desprestigio como la que se lanzó contra la periodista Julia Mengolini, con la participación activa de funcionarios como Santiago Oría o Lilia Lemoine, muestran una estrategia organizada de intimidación. Milei incluso intervino directamente para desacreditar a Mengolini ante sus seguidores.

En paralelo, el Estado aumenta su capacidad de vigilancia. La Secretaría de Inteligencia (SIDE) es hoy el organismo con mayor nivel de ejecución presupuestaria: en solo cinco meses devengó el 94% de su partida en gastos reservados, incrementando un 252% su presupuesto desde comienzos del año. En términos reales, los recursos destinados a inteligencia crecieron un 1.967% respecto a 2023.

En este escenario, la violencia no es un exceso, sino una necesidad del modelo: deshumanizar para ajustar, insultar para tapar el vacío, sembrar miedo para evitar la protesta. Milei no solo escala su violencia discursiva: institucionaliza una forma de poder que degrada la democracia y amenaza la convivencia social.

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