Cultura
Frank Sinatra, el cantor al que Gardel le cambió la vida
Fue una de las mayores figuras del espectáculo mundial, pero su vida probablemente hubiera sido distinta de no haberse encontrado a Carlitos.
Francis Albert Sinatra era hijo de un bombero italiano y una mujer que había estado en la cárcel por realizar abortos ilegales. Era hijo único, fanfarrón y pendenciero. Cuando no estaba callejeando, se la pasaba frente al espejo imitando a Bing Crosby y Al Jolson. Cuando se casó seguía alimentando el sueño de cantar, pero mantenía su relación con los amigos de la infancia que ya se habían extraviado en los callejones de la droga y la delincuencia.
En 1934, Carlos Gardel ya era una figura de gran reconocimiento en los Estados Unidos. El matrimonio Sinatra fue a ver uno de los recitales. Nancy le dijo a su marido que fueran a saludar a Gardel al camarín, pero sólo ella se decidió a ir. Le dijo al “Zorzal Criollo” que su marido era un extraordinario cantante, pero que temía por él por sus malas compañías. Gardel los citó para el día siguiente en su hotel, y allí se encontraron los tres. Frank, que tenía por entonces diecinueve años, le contó que acababa de integrarse a un cuarteto vocal. Gardel le pidió que cantara a capela algo. Luego le pidió otro tema. Y otro. Finalmente le sugirió que se anotara como solista o con su grupo al concurso Major Bowes Amateur Hour. Sinatra se presentó al concurso con The Hoboken Four, y ganaron el primer premio. Al poco tiempo, inició una carrera solista con actuaciones en radios, night clubs y como vocalista de las orquestas de Harry James y Tommy Dorse. Su participación en varias películas musicales lo transformaron en una de las figuras más populares de los Estados Unidos.
Night and Day —el inolvidable monólogo de un hombre solitario obsesionado por un amor— fue la primera canción grabada por Frank Sinatra. El 30 de diciembre de 1942 es un día que quedó marcado para siempre en su calendario personal: se subió al escenario del Teatro Paramount de Nueva York, como invitado de Benny Goodman, y estalló una histeria colectiva en el público femenino, que se reproduciría, a partir de aquellas noche, en todos sus conciertos.
Cuando en 1952 —a los treinta y siete años— tuvo un grave problema en sus cuerdas vocales, muchos pensaron que su carrera había llegado a su fin; pero pudo superar su problema faríngeo. Se había separado de Nancy y contraído matrimonio con Ava Gardner. Paralelamente a su actividad musical, Sinatra
desarrolló una carrera actoral bastante prolífica; con películas que, en su mayoría, están vinculadas a producciones musicales.
De aquí a la eternidad
De los cincuenta y cuatro films en los que participo, son pocos los verdaderamente rescatables. Uno de ellos es Un día en Nueva York, una película de la MGM, de 1949, que ganó el Oscar por la música, y en la que Frank baila con Gene Kelly sin desentonar en lo más mínimo.
En 1953, ganó el Oscar como mejor actor de reparto por De aquí a la eternidad, una película en la que hace el papel de un soldado enfermo victimizado por un sádico sargento, mostrando una gran ductilidad para la interpretación de papeles dramáticos.
Dos años después volvería a ser nominado al Oscar por su interpretación de El hombre del brazo de oro, haciendo el papel de un exdrogadicto que sale de la cárcel con el sueño de convertirse en baterista de jazz. Conciencias negras es un thriller de Lewis Allen, en el que Sinatra interpreta al líder de un trío de asesinos a sueldo que esperan el paso del presidente de los Estados Unidos por un pequeño pueblo para asesinarlo. Un auténtico film premonitorio de lo que ocho años después ocurriría con John Fitzgerald Kennedy, de quien Frank Sinatra era amigo. Sinatra y Kennedy se habían conocido en casa del actor Peter Lawford –quien estaba casado con Pat Kennedy, hermana de John-.
Tuvo una tormentosa vida privada que incluyó, aparte de sus cuatro matrimonios, presuntas conexiones con la mafia y, a la vez, actitudes filantrópicas que le valieron reconocimientos internacionales.
Con su voz inigualable, Sinatra cantó himnos a ciudades —Nueva York, Chicago, París, Los Angeles—, odas a su país, y numerosas canciones de amor no correspondido. La maestría de Sinatra estuvo en su capacidad de darle a cada una de las letras que cantaba el tono exacto, la modulación, el tempo, la emoción y una dicción perfecta.