Guerrero Marthineitz, el hombre que cambió la radio argentina
El conductor peruano es considerado una leyenda en la radiofonía y la televisión argentina. Diario Hoy recuerda a aquel locutor que marcó a varias generaciones de oyentes.
Su nombre completo y de nacimiento fue Hugo Tomás Tiburcio Adelmar Guerrero de Ávila Marthineitz. Casi que contenía la totalidad del abecedario. Pero todos lo conocieron simplemente como Hugo Guerrero Marthineitz. Él mismo había elegido ese nombre más acotado, más acorde para los fines artísticos.
Marthineitz nació en la capital peruana, Lima, en agosto de 1924. Hijo de una modista y de un mayordomo y mecánico de automóviles. Él supo contar alguna vez que su nacimiento estuvo marcado por una causa noble que no terminó del todo. Porque sus padres estaban separados y a instancias de su hermano mayor, quien padecía una enfermedad terminal, cuestión por la que Hugo no llegó a conocerlo, se volvieron a juntar. Así, su madre quedó embarazada y luego de ello, su padre Lorenzo, se marchó para siempre.
Antes de ingresar a la radio, probó suerte e intentó ganarse la vida con un sinfín de oficios. Lo que se dice: un buscavidas. Por ejemplo, fue canillita y lustra muebles. Su ingreso a la radiofonía fue bien de abajo: como cadete en Radio Miraflores. Luego redactó cables, operó hasta que le llegó la oportunidad de hacer debutar su voz en el éter. Allí fue que se acortó el nombre y apellido y le quedó ese, que es el que lo hizo mundialmente famoso.
En algunas entrevistas llegó a contar sobre ello: “Un abuelo que se fue a vivir a los Estados Unidos, y allí se le complicó el apellido… tú sabes que los jamaiquinos no dicen Martínez sino Matinei, y entonces le habrá puesto esa h atrás de la t y qué sé yo”.
Luego de los comienzos profesionales en su país, probó suerte en Chile. Hasta se metió a estudiar teatro experimental, pero no para aprender el arte de la dramaturgia, sino, decía, para poder dominar y tener más recursos con su voz. Estuvo en algunas radios trasandinas, pero sin mucha trascendencia, cuestión que lo hizo mudarse nuevamente, esta vez a la ciudad de Montevideo, Uruguay.
Allí se convirtió un nombre importante en Radio Carve para luego recalar, finalmente, en 1955 en la Argentina. Lugar donde definitivamente hizo pie y hundió sus raíces radiofónicas para siempre. Aquí comenzó en Splendid al frente de El club de los discómanos, un espacio donde enseguida mostró su carácter y personalidad. Cautivó de inmediato con su español castizo, su tono algo seco y un dejo de arrogancia.
Su personalísimo estilo, ese por el que todos lo conocían, marcaba la diferencia en la radiofonía local y lo cultivó en varios ciclos radiales que llevó adelante. Como, por ejemplo, Splendid Show, El show del minuto y Reencuentro. La historiografía de la radio y muchos colegas y sabedores de la radio siempre le reconocían, entre otras cualidades, dos cosas: los silencios prolongados, a pesar de su apodo, y los llamados de oyentes en vivo en la radio, algo que, de algún modo, él inauguró y rompió con algunos parámetros. Generaba empatía con los oyentes, casi cómplice por momentos.
El show del minuto, por ejemplo, duraba cinco horas a la tarde, de lunes a viernes de 14 a 19. Era simplemente él y la inseparable compañía de su operador Frank Boga. Era capaz de poner discos enteros o leer largos párrafos de libros u obras que le gustaban. Fue un periodista polémico también y supo tener diferencias y peleas con todos los gobiernos. “Creo que hay que valerse de todos los medios de comunicación, rechazo la palabra masiva, que encuentro ofensiva y agraviante, para ayudar a comunicarse a la gente”, supo declarar en alguna entrevista. También hizo lo suyo en televisión. Allí, llevó adelante el recordado programa A solas, donde de algún modo replicaba lo hecho en radio: entrevistas íntimas a celebridades y personalidades, donde preguntaba sobre todos los temas, incluso sexuales, considerados muchas veces tabú por los gobiernos y hasta por la sociedad argentina.
También condujo el noticiero nocturno ATC 24 en 1991 y 1992. “Yo soy un loco de mierda que habla solo ante un micrófono. Fui y sigo siendo un mediocre que da examen todos los días”, supo decir. Integra junto a Cacho Fontana, Héctor Larrea, Carlos Rodari y Antonio Carrizo, el selecto grupo de los mejores y más reconocidos locutores de radio de la Argentina de las últimas décadas. A lo largo de su carrera ganó varios premios, entre ellos, el Martín Fierro y los Kónex en más de una oportunidad.
Sus últimos años estuvieron marcados por la pobreza, ya alejado de los medios, de los brillos y el protagonismo que supo tener. Es recordado el violento episodio que vivió con Mauro Viale en 2009, cuando se agarraron a los golpes. Tuvo tres hijos: Diego Alonso, María Gabriela y Hugo. Llegó a vivir en la calle y hasta en un neuropsiquiátrico del barrio de Belgrano por un cuadro de desnutrición. Allí vivió sus últimos tres meses. Murió en el Hospital de Clínicas el 21 de agosto de 2010. Aunque su legado y estilo marcó a varias generaciones, incluso al día de hoy.