Entrevista Exclusiva

Guillermo Arengo: “El concepto del valor de la vida está debilitado”

Cine, televisión, teatro... Nada le es ajeno al talentoso intérprete, que además ejerce la docencia y se mueve en todos los soportes con profesionalismo y pasión, regalando en cada trabajo un momento único.

Guillermo Arengo estrenó en CINE.AR la coproducción argentino/uruguaya La muerte de un perro, de Matías Ganz, una profunda reflexión sobre la vida en comunidad y la ruptura de los vínculos, con un tono tragicómico particular. Arengo está acompañado por un elenco de las dos orillas, donde se destaca Pelusa Vidal. Diario Hoy habló con el intérprete, que tiene pendiente aún el lanzamiento de la serie de HBO, Entre Hombres, un crudo policial que se verá recién en 2021.

—¿Cómo estás viviendo esta situación extraordinaria?
—Pertenezco a una zona de la población de privilegio, una clase media que pudo tener un ahorro, y soy docente universitario en la UNA, así que sigo cobrando un sueldo. La conciencia de clase está por delante y, en principio, hay que ubicarse en ese norte, teniendo en cuenta que lo comunitario es esencial y que hay un grupo de personas que antes de la pandemia estaban debajo del agua y ahora más aún. Regido por esa conciencia, con mi hija estamos recluidos, estudiando, trabajando desde aquí, aprovechando para vivir en un ritmo más desacelerado.

—¿Como docente te aggiornaste rápidamente al cambio de paradigma tecnológico?
—Soy titular de la cátedra que se llama Dirección 1, que dentro del Departamento de Artes Dramáticas del UNA, que hay tres o cuatro carreras, una de ellas es Dirección y puesta en escena. Esta materia es troncal, una de las primeras, y la damos junto a Blas Arrese Igor, casualmente un docente teatrista de La Plata, hace 15 años. Siempre le dimos un perfil de taller, con lo cual el trabajo en el espacio escénico es fundamental. Pensamos un abordaje que, en principio, aclaró a los alumnos que el objetivo no se iba a cumplir, porque sería un acercamiento. El teatro es un arte presencial, con una convivencia en el presente entre la escena y la platea, y si eso no se da, no se constituye lo teatral; pero que, en el marco de la pandemia, utilizaríamos las herramientas posibles para acercarnos al objetivo. Y ahí estamos, con dos clases por semana de tres horas, aproximadamente. Creo que aclarando esto y la idea que también era aprender con ellos mientras dábamos la clase en este formato.

—En medio de esto estrenás La muerte de un perro, ¿cómo llegaste a ella?
—La producción uruguaya tenía la idea de coproducir con Argentina, y el productor de acá, Nicolás Grosso, se lo propuso a Matías. Leí el guion, me interesaba mucho el tema, nos juntamos a charlar aquí y en Montevideo, ensayamos, y después rodamos.

—Al leer el guión, ¿qué te gustó de Mario? La narración tiene un tono muy particular…
—Dos cosas: una más en general, este género “uruguayo” asociado a la comedia negra, un tono particular; pero principalmente me gustaba lo ideológico, un relato de clase media urbana que ha ido cortando en las últimas décadas sus lazos sociales, comunitarios, replegándose en sí misma, en lo propio, y abrazándose a la propiedad, en este gran mercado, brillante y colorido, e ilusorio. Matías logró transmitir esta idea del mundo y de narrar este aspecto de esa clase, que a mí me parece fundamental. Cuando se habla de grieta, de populismos, de neoliberalismos, se habla poco de la clase media que es la que define, en términos de votación, un camino para mí muy nocivo y autodestructivo, asociado a vivir en una comunidad sin lazos comunitarios, replegándose hacia lo propio, con destino de narciso, que termina ahogándose, como ya mencionaban los griegos, en su propia imagen.

—Hay una serie de decisiones desafortunadas que configuran un gran tema para la historia…
—Creo que eso pasa cuando está tan debilitado el concepto del valor de la vida, u otros valores se ponen por encima de eso. De la clase que habla la película es una clase que no le damos el mismo valor o cotización a la vida; es decir, hay vidas que valen más que otras, e incluso hay vidas que valen menos que un celular, en las grandes urbes, principalmente. La película habla de eso, con un tono de comedia negra que también le permite dar una vuelta existencial al tema. Se ríe un poco de algo que no sabés si reír o llorar, es preocupante y patético, y en tanto así puede mover a risa.

—Uno empatiza y rechaza a los personajes por momentos…
—Sí, y, además, está esta relación paralela o bipolar entre el valor de vida de un perro y el valor de vida de un humano, producto del repliegue, con una psicopatización de la cultura, donde rige la competencia, el desarrollo, lo tecnológico, la actividad, y que lo pandémico y cuarenteril parecía que iba a poner en duda, en ese parate de hacer, ideas de hacer, de consumir, y que después rápidamente se volvió a lo mismo y con una actividad plena.

Una profunda reflexión sobre la realidad que se vive

Arengo expresa, con precisión e ingenio, ideas sobre la pandemia, el hombre y los vínculos.
“Recuperé a Paul B. Preciado, que le da un valor a la existencia de las cosas, dice que tienen un derecho, no sólo los derechos humanos, las cosas ejecutan y producen infinitas fuerzas, y habitan el planeta. Y por qué no darle el derecho a las cosas y respetarlas. Esa cosa radical está buenísima porque es cierta, y en este contexto paradigmático que vivimos tiene sentido pensar así. También como una necesidad, porque en la desigualdad que estamos sumergidos se puedan recuperar lazos comunitarios. En las sociedades donde están fortalecidos esos lazos son más felices, y consumen menos; y en donde se consume más hay menos de lo comunitario y menos felicidad. Creo que la felicidad tiene que ver con el otro. En occidente se dice que la libertad de uno termina donde empieza la del otro, yo destruyo al otro porque quiero expandirme; no hay que pensarlo como un límite, sino como un constitutivo mío”, dice a Hoy.

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