Sublime y La escuela del bosque llegan a los cines

La película de Mariano Biasin comenzó su recorrido por el mundo en Berlín y hace días fue parte de la programación del 37° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata

Como todos los jueves, las carteleras cinematográficas se renuevan con diferentes propuestas, y las producciones independientes nacionales les hacen frente sin miedo a los tanques de Hollywood.

Sublime, de Mariano Biasin, es una sensible coming of age que desnuda la vida de un grupo de amigos a partir de que uno de ellos comienza a sentirse atraído por otro miembro de su banda de rock. “Manuel es muy para adentro, y la película se cuenta a través de sus ojos, observa todo. Me acuerdo que cuando leí el guion había muchas cosas que me gustaban, otras que no, y con Mariano, charlando, las pudimos ver. Ahora, al ver la película, sé que hay mucho más de lo que me imaginaba”, dice a diario Hoy Martín Miller, protagonista de la película.

Mientras que Teo Inama Chiabrando, Felipe en Sublime, comenta: “Había leído el guion y me gustaba mucho, porque era muy lindo que era un grupo de amigos, y como yo, siento que a Felipe también le gusta estar con un grupo cerrado de amigos. Al ver la película fue hermoso, quedó tremenda, y me gusta que mi personaje siempre está con sus amigos”.

Por su parte, Azul Mazzeo, que encarna a Azul en la película, expresa: “Del personaje lo que más me atrapó fue encontrarle similitudes y diferencias conmigo, que tal vez en el rodaje sentía una cercanía completa y ahora al verla me separé un montón, principalmente en sus rasgos de debilidad y fortaleza, y cuando leí el guion me encantó, eso, ver la película ahora me genera cosas que uno nunca imagina, en ciertas secuencias, por decisiones de Mariano, se narra de una manera que uno no lo podía ver”.

El otro estreno destacado de la semana es La escuela del bosque, de Gonzalo Castro, que habla de una madre y una hija “sobreviviendo” en España. Sobre el origen del proyecto, el realizador cuenta: “Isabel, la niña, que es la hija de mi amigo Alejandro (que interpreta al padre) nos había pedido, en un viaje que habíamos hecho a Barcelona, que filmáramos una película con ella. En el momento pasó con la gracia de una ocurrencia inconsecuente, pero ya de vuelta en Buenos Aires, unos meses después, ese impromptu infantil nos fue ganando. Un año después estábamos volviendo a Cataluña con cámara y micrófonos, y una mínima estructura narrativa”.

“Fue muy liberador filmar en Barcelona, estábamos concentrados puramente en resolver los problemas de la película, no como me sucede en Buenos Aires, que mis rodajes no logran imponerse por sobre el caos general cotidiano. Por otra parte, todo fue con técnica de guerrilla, como acá: hacíamos un tracking shot en la calle con la cámara arriba de una bicicleta desinflada (sin la cadena para evitar el ruido), cruzando las calles encomendándonos a la suerte, igual que acá; filmábamos en un pequeño bar de unos dueños muy adorables que nos dejaron todo a nuestra disposición durante el receso vespertino, solo porque nos caíamos bien, y así... No tuvo contraindicaciones la lejanía, Barcelona nos fue muy propicia”, agrega.

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