cultura

André Gorz y Dorine Keir: un legado de amor

Vivieron sesenta intensos años juntos. Cuando ella se enfermó, él se entregó a cuidarla.

Dorine Keir era británica. Estaba de visita en Suiza con un grupo de teatro vocacional cuando le presentaron, en una fiesta, a André Gorz. Ella tenía un pretendiente en Inglaterra, que esperaba su regreso para ofrecerle matrimonio. Pero, después de aquella noche, Dorine cambió drásticamente de planes: en lugar de volver a su patria, se subió en un tren rumbo a París con Gorz. Allí trabajó de modelo vivo, recogió papel usado para vender por kilo y fue lazarillo de una británica que se estaba quedando ciega, mientras que Gorz escribía en una buhardilla.

Gorz comenzó a hacer un relevamiento semanal de toda la prensa europea para una agencia. Por esos informes extraordinarios, Jean Paul Sartre le propuso la jefatura de redacción de Les Temps Modernes, una de las publicaciones más importantes de Francia. Poco antes de morir, Gorz había terminado de escribir una carta a su esposa y se la había enviado a su editor. En la última página escribió: “Espío tu respiración, mi mano te acaricia. En el caso de tener una segunda vida, ojalá la pasemos juntos”.

La policía local hallará a la pareja descansando en paz, en su cama matrimonial. En la mesita de luz, uno de los oficiales encontró unas líneas escritas a mano, dirigidas a la alcadesa del pueblo: “Querida amiga, siempre supimos que queríamos terminar nuestra vida juntos. Perdona la ingrata tarea que te hemos dejado”.

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