Cultura
Antonio Berni el pintor de los marginados de nuestra sociedad
Con latas, botones, arpilleras, clavos y fragmentos de vidrio, develó en su pintura la realidad que se oculta tras la apariencia de las grandes ciudades
Sus abuelos, don Victorio y doña Enriqueta, ambos naturales de Cumiano, una localidad piamontesa, siendo jóvenes aún, se embarcaron en Génova rumbo a la Argentina, dejando una Italia deprimida y sin idea de retornar. Llegaron al puerto de Buenos Aires y fueron alojados en el Hotel de Inmigrantes. Se trasladaron al pueblo de Roldán, en la provincia de Santa Fe, donde la Compañía de Tierras del Ferrocarril Central Argentino les adjudicó los primeros lotes de un campo de 3.500 kilómetros cuadrados que había sido cedido por el Estado. Así se afincó en nuestro país la familia de la que nacería uno de los mayores pintores argentinos contemporáneos.
Antonio Berni nació en Rosario, el 14 de mayo de 1905. El padre se acercaba con curiosidad a ese niño que, con el ceño fruncido, pasaba la mayor parte del tiempo dibujando en cuanto papel en blanco encontraba en la casa. Un cliente de la sastrería del padre aconsejó: “Mande al chico a estudiar dibujo”. Fue así que Antonio, a los 12 años, comenzó su educación formal en pintura en una escuela de arte: “Mi maestro era un catalán adherido a esa escuela española que, por entonces, empezaba a arrasar a todas las otras en el gusto de los argentinos”.
Era un niño solitario que caminaba por las vías muertas trazadas sobre los yuyales de ese barrio suburbano de Rosario en el que vivían. Se trepaba sobre el paragolpes de un automóvil abandonado y miraba, a lo lejos, los edificios altos y las chimeneas de la ciudad. Ese horizonte de galpones y fábricas divisado desde el campo fue el primer cuadro que se atrevió a mostrar. Caminando por esos terrenos baldíos, recogía latas lamidas por el óxido o tapitas de gaseosas, todo lo incorporaba a sus creaciones. Ese hábito “recolector” lo mantuvo de grande, para conformar el desamparado mundo de uno de sus personajes más famosos, Juanito Laguna. Siendo ya un pintor consagrado, siguió coleccionando tapas de botellas para hacer con ellas las escamas de un monstruo que se levantaba al fondo de su taller. El monstruo que devoraría a Ramona Montiel, uno de los personajes de esa saga que le valió tanta popularidad y reconocimiento mundial.