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Ardides para amasar una fortuna

La historia da sobrados ejemplos de maneras de acumular riqueza apelando a la picardía, el fraude o el crimen.

Las normas de la Antigua Roma son la base del ordenamiento jurídico actual de muchos países occidentales. El historiador Ludwig Friedlander, en su magistral historia de las costumbres romanas, afirmaba que la “intangibilidad del patrimonio de la mujer servía a veces de tapadera para encubrir las deudas fraudulentas. Si el marido que se declaraba en suspensión de pago traspasaba sus bienes a su mujer antes de que se decretase la insolvencia, los acreedores no podían ejercer ninguna acción judicial contra ellos”.

El emperador de Alemania, Leopoldo I, colmó de favores al monje Agustín Venzel Zeiler, nombrándolo marqués de Reineber por haber transformado delante de sus ojos una cantidad de estaño en oro. Más tarde, se descubrió que la operación no había sido más que un fraude, pero ya no hubo remedio posible y el hombre conservó el marquesado.

En ocasiones se ha presentado a “Doña Baldomera” —inventora de la estafa piramidal— como muestra de la picardía española. La tercera hija del escritor Mariano José de Larra y Josefa Werotet, era un personaje célebre en el Madrid de 1875. Para algunos, “la madre de los pobres”, por los favores que hacía a la gente humilde. Para otros, “La Patillas”, por los dos tirabuzones que tenía muy cerca de las orejas.Tal vez estaría más en su punto presentar a sus víctimas como estampa de un pueblo que fantasea enriquecerse de la noche a la mañana sin esfuerzo ni trabajo alguno. Lo cierto es que casi al mismo tiempo que el famoso personaje de Mariano José Larra vivía holgadamente a costa de los incrédulos que creían lógico y moral ganar dinero gratuitamente, la actriz Adela Spitzeeder abrió en Munich el Banco de Danchau para favorecer a la gente del pueblo y llegó a ser la mujer más rica de Baviera. Para todos, Baldomera fue la famosa prestamista que convertía en oro lo que tocaba, a razón de un 30 % de ganancia mensual; con un negocio de préstamos que revolucionó los mentideros de la Villa y Corte y la convirtió en la pionera de este tipo de estafas.

Una de las estafas más curiosas de la historia fue la de Port Breton. Charles De Breuil era el nombre de cierto aventurero francés, de origen noble, que después de haber fracasado como cowboy en el Oeste americano, cazador de fieras en África y negociante en Indochina, decidió poner a la venta una isla del Pacífico de la que había tenido noticias a través de la lectura del relato de un navegante. La isla, un conglomerado de rocas desoladas, carente de agua, insana y habitada solo por algunos antropófagos, jamás había interesado a nadie y ningún país reivindicaba su soberanía. De allí que el intrépido De Breuil se creyó autorizado para publicar en la prensa francesa, el 26 de julio de 1877, unos anuncios que afirmaban: “Colonia libre de Port Breton. Terrenos a cinco francos por hectárea. Para informarse dirigirse a Mr. Charles De Breuil, marqués de Rays, en el castillo de Finisterre”. Los incautos llovieron. En pocos días De Breuil vendió 100.000 hectáreas. Fundó en Marsella un diario para la propaganda de su empresa y abrió agencias en diferentes ciudades; incluso llegó a crear una milicia para velar por la seguridad de la colonia. Por su parte, las autoridades francesas no se creyeron obligadas a intervenir hasta que el primer contingente de colonos estuvo a punto de marchar a Port Breton. Pero aquellos desdichados, ignorantes de lo que les aguardaba, burlaron toda vigilancia y su barcó zarpó con rumbo al prometido paraíso.

Entre tanto el marqués intensificó su propaganda; molesto por la curiosidad del gobierno francés, se radicó en España y, desde Barcelona, organizó la segunda expedición que, cuando llegó a la isla, solo encontró tumbas: la mayor parte de los primeros colonos habían muerto y únicamente seis habían logrado escapar. Éstos últimos sabían de la existencia de los misioneros ingleses de la isla de York, quienes enviaron un barco para que los recogiesen.

El marqués siguió impertérrito y preparó su tercera expedición. A instancias del cónsul italiano, las autoridades españolas suspendieron la salida del barco (esta vez con trescientos candidatos a la muerte). Pero, engañada la Guardia Civil, el barco zarpó clandestinamente una madrugada y tuvo el mismo destino que los anteriores. Muchos años después, el marqués fue detenido y trasladado a Paris. La estafa, como pudo comprobarse, rebasó todo lo conocido hasta entonces. El marqués de Ray acusado, convicto y confeso de haber vendido 700.000 hectáreas de un terreno que no era suyo, fue condenado a cuatro años y medio de prisión.

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