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Blaise Cendrars, uno de los escritores más aventureros de la historia

Considerado uno de los iniciadores de la aventura literaria del siglo XX, tuvo una vida centelleante y cinematográfica que aún está esperando una película.

Algunos lo recuerdan conduciendo un Alfa Romeo especialmente diseñado para él por el pintor George Braque. Manejaba con su brazo izquierdo, el derecho lo había perdido en la guerra del 14, combatiendo en Francia, su patria de adopción. Pero, la mayoría recuerda Blaise Cendrars por algunas de las obras maestras que escribió, libros que según Henry Miller: “Son el mineral del que se extraen los metales más preciosos”.

Nació en París en 1887 con el nombre de Fréderic Sauser Hall. Los fracasos comerciales del padre obligaron a la familia a mudarse continuamente de país. Fue un adolescente problemático, cuya rebeldía intentaron en vano domar en un estricto colegio alemán. Allí, empezó a escribir sus primeros poemas. Un joyero le compró al poeta adolescente su primer traje de hombre y un pequeño revólver niquelado para iniciarlo en la aventura de la venta y compra de joyas a través de Rusia y Turkestán, de Siberia a China. De esa manera, a los quince años, completamente solo, con el dinero que obtuvo vendiendo los cubiertos de plata de su casa y algunas joyas familiares, se dedicó a recorrer Asia en busca de piedras preciosas. Trabajó como joyero en San Petersburgo. Tuvo una juventud tan ardiente y loca que parecía imposible que sobreviviera a esa etapa. A los 21 años volvió a Europa a estudiar filosofía y medicina en Berna, Suiza.

Blaise Cendrars tuvo una vida de aventurero: cazó ballenas en los mares antárticos, se enroló en la legión extranjera, fue corresponsal de guerra en los años del nazismo, presenció la evacuación de los ingleses en Dunkerque, y participó de la Guerra Civil Española. Fue herido en Champagne, en 1915, y le amputaron su antebrazo derecho. Siempre, en todas las circunstancias, escribió. Escribió imparablemente. Su obra abarca la poesía, las novelas, los textos experimentales –no se habían inventado aún los discos y él ya grababa en los primitivos cilindros–, la polémica artística y el reportaje, sin contar el cine, ya que fue el ayudante de dirección de Abel Gance en el rodaje de La rueda, una película muda francesa en la que un hombre cría a una niña sobreviviente de un choque de trenes. Pero, para él, la consigna fue: primero vivir, luego escribir. Por eso, como muchos años después haría el argentino René Lavand, con una sola mano, Blaise Cendrars fue prestidigitador en un teatro de Music Hall de Londres, donde conoció a Charles Chaplin, quien lo tentó a seguir su vida en los Estados Unidos. Cendrars fue a Norteamérica, pero para trabajar como peón agrario y tractorista. Allí publicó Las pascuas en Nueva York, un poema consagratorio que, según Guillaume Apollinaire, cambiaría el rumbo de la poesía francesa. Se hizo pianista, alcanzando cierto virtuosismo. En 1923, junto a Darius Milhaud y Fernand Léger, escribió la música del ballet La creación del mundo.

Los amigos llenaban su vida, y muchos de esos amigos fueron pintores. Fue el primero en reconocer y divulgar el genio de Marc Chagall y Amedeo Modigliani. Tecleando velozmente con su única mano, escribió cerca de sesenta libros fascinantes, en los que todos los géneros se mezclan, que siguen las ondulaciones de una memoria inabarcable, que crece hacia las direcciones más imprevistas, y que se leen como quien escucha una sinfonía o se pierde en medio de una selva deseando que nadie lo rescate jamás.

El 21 de agosto de 1943, se asomó al balcón de su casa en Aix-en-Provence, donde se había refugiado luego de la ocupación nazi, respiró profundamente la larga noche callada, y después de años de no escribir por el abatimiento, desempacó la máquina de escribir y tecleó: “La escritura es un incendio que abarca una gran revuelta de ideas y hacer arder asociaciones de imágenes antes de reducirlas a brasas crepitantes y a cenizas. Pero si la llama desata la aleta, la espontaneidad del fuego sigue siendo misteriosa. Escribir es arder vivo, y es renacer entre las cenizas”. Precisamente por eso había elegido el nombre por el que sería conocido: “Blaise”, por brasa; “Cendrars”, por las cenizas.

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