cultura
Casos curiosos de niños superdotados
La galería de personas que demostraron tener un coeficiente intelectual superior al habitual es extensa y muchas han hecho historia.
El concepto de superdotación es difuso. Dejando de lado la creencia popular de que los pequeños superdotados deben ser exclusivamente grandes científicos, se comprobó que existen diferentes formas de inteligencia, y si bien hay personas con altos coeficientes que se desenvuelven en el ámbito científico, también hay otras que se desempeñan en campos tan disímiles como la psicología, la abogacía y el arte. Actualmente, la Organización Mundial de la Salud (OMS) define a una persona de estas características como aquella que cuenta con un coeficiente superior a 130 y que puede ir modificándose a lo largo de su vida. Hay un nucleamiento internacional de personas superdotadas reunidas bajo la sigla Mensa, que en la actualidad cuenta con 130.000 miembros.
La serie de niños superdotados que se ha sucedido a lo largo de las épocas está integrada, entre otros, por una galería de músicos que ejecutaban o componían maravillosamente cuando sólo tenían diez o doce años. A los cuatro años, Wolfgang Amadeus Mozart ya leía notas musicales sin dificultad y tocaba minúes con maestría indescifrable. Al ser capaz de memorizar cada pasaje escuchado al azar, su padre Leopold –compositor y violinista– no tuvo más remedio que reconocer que la música era la segunda naturaleza de su hijo. Lo mismo ocurrió con Fréderic Chopin, quien desde los seis años empezó a frecuentar los grandes salones de la aristocracia polaca y suscitó el asombro de los asistentes a través de su sorprendente talento, ya que desde esa época datan sus primeras incursiones en la composición.
Otras personas, en cambio, han sido precoces en revelar sus dotes teatrales, en dibujo o en matemáticas. Pero un capítulo especial lo integran dos grandes ajedrecistas: Paul Charles Morphy y Bobby Fischer. El primero nunca fue campeón del mundo, por la simple razón de que aun no existía un campeonato mundial de ajedrez como tal, pero se lo considera uno de los mayores talentos ajedrecísticos de la historia. A los nueve años ya era uno de los mejores jugadores de su ciudad (Nueva Orleans) y a los doce fue capaz de vencer a uno de los ajedrecistas más reputados del mundo. Sin embargo, a los veinte años se retiró para siempre. A diferencia de Morphy, Bobby Fischer fue campeón del mundo en 1972: a los seis años ya sabía mover las piezas en el tablero; al año siguiente, venció sin dificultad a todos los socios de su club de Brooklyn. Sus profesores escolares, quienes lo obligaban a guardar el tablero bajo el pupitre, alimentaron su talento haciéndolo jugar partidas a ciegas.
Se afirma que el dato necesario de tales cerebros especiales es que tal capacidad sea demostrable ante la convicción de terceros, sea por un nivel artístico considerable o por alguna especie de demostración objetiva o científica. En épocas más recientes, tal exigencia ha sido cumplida, por ejemplo, por Arthur Lintgen, un médico estadounidense que –a fines de 1981– demostró que podía identificar discos de música clásica solo con examinar el dibujo de los surcos (y en el sobreentendido de que al mismo tiempo le ocultan las etiquetas respectivas). La noticia sobre la inusitada virtud de Lintgen fue corriendo primero entre conocidos, luego a los medios nacionales y, finalmente, llegó a oídos del Comité para la Investigación Científica de las Afirmaciones Paranormales, un organismo especializado en desenmascarar supuestos videntes y expertos en telequinesia y telepatía.
El 4 de enero de 1982, el semanario Time reveló que el médico miraba el disco, lo inclinaba a la izquierda y derecha, examinaba de cerca algunos surcos y en pocos segundos declaraba que allí estaba grabada tal o cual obra de Stravinsky, Strauss o Janacek.
Más allá de la innegable sabiduría musical –pues muchas obras son de difícil identificación incluso escuchándolas–, Lingten posee su propia percepción para interpretar surcos más grises o más negros, más lineales o más punteados. En cierta ocasión identificó la Quinta Sinfonía de Beethoven a pesar de que le estuvieran enseñando el disco desde el otro extremo de la habitación.