cultura
Ceferino Namuncurá: los secretos de un mito popular
Sus adeptos siguen creyendo en sus milagros. Por eso llegó a convertirse en el Patrono Popular de la Argentina, por encima de la Difunta Correa y la Virgen de Itatí.
Se lo conoce popularmente como el Santito de las Tolderías, el Lirio de la Patagonia o el Príncipe de los Mapuches. Su historia está entrelazada a la mal llamada “Conquista del Desierto”, donde fue utilizado como bandera para la evangelización de los indios. Fue considerado el primer argentino mapuche, y fue beatificado por la Iglesia Católica.
Se multiplicó en infinidad de estampitas, bustos de yeso y cuadros. Su imagen sigue siendo la que más vende, dejando hace muchos años en el camino a Gardel y Gilda. Sus facciones de indio obediente relucen en acrílicos y otras artesanías nacidas de la habilidad de los santeros. Sigue habiendo tours guiados en los parajes patagónicos por los que pasó o donde descansan sus restos —Viedma, Chimpay, Fortín Mercedes—, la iglesia salesiana reedita constantemente su biografía, y es el caballito de batalla para las donaciones.
Ceferino fue el sexto hijo del cacique Manuel Namuncurá y una mestiza chilena, Rosario Burgos, que fue tomada cautiva en un malón. Nació en el inhóspito invierno patagónico, el 26 de agosto de 1886, a orillas del río Negro, en Chimpay.
Su nombre –que en mapudungun, idioma mapuche, significa “pie de piedra”- fue inspirado por el almanaque: San Ceferino, Papa y mártir. Fue bautizado el 24 de diciembre de 1888 por el salesiano Domingo Milanesio, quien había convencido al cacique Namuncurá de que dejara de resistir a la campaña militar contra los indios. Pragmático, el padre de Ceferino abdicó de su tribu a cambio de unas leguas de tierra y el uniforme de coronel del Ejército Argentino. Prefería no pensar en cómo hubieran juzgado su conducta algunos antepasados; por ejemplo, su abuelo, Huentecurá, quien ayudó a San Martín en el cruce de los Andes. Su propio padre, Juan Calfucurá, fue famoso por la valerosa defensa de los territorios aborígenes.
A los pocos días de aprender a caminar, Ceferino cayó a las aguas del río Negro. Sucedió en Viedma. Fue entonces que se produjo su primer milagro: un remolino lo arrojó a la costa. Su padre lo trajo a Buenos Aires, y consiguió que el general Luis María Campos lo hiciera ingresar en los talleres de la Marina. Pero los fluidos contactos paternos con el bando militar –al que se había pasado con armas y bagajes-, le permitieron que Luis Sáenz Peña fuera su tutor en Buenos Aires, quien lo hizo estudiar en el Colegio Pío IX de Almagro. Ese colegio cambió la vida de Ceferino para siempre. Fue compañero de estudios de Carlos Gardel, y consta en los anales del colegio que le ganó al “zorzal criollo” la final de un concurso de canto. Parecía que su destino iba a ser el canto. Cuando se mudó a Viedma, en 1903, tenía una admirable voz de tenor. Pero el sacerdocio era una vocación arrolladora para, según decía, “salvar a los de mi raza”. Se refería a la salvación espiritual, porque la salvación material ya era imposible: la ofensiva militar había diezmado completamente las poblaciones originarias. La investigadora María Andrea Nicoletti describió a Ceferino Namuncurá como un indígena “virtuoso”, ya que “el destino posible de los sobrevivientes de las comunidades sometidas de la Patagonia se dirimía entre el ingreso al ejército, la incorporación al servicio doméstico o la deportación como mano de obra barata, con el consecuente desmembramiento de las familias”.
Rendía un culto obsesivo a María Auxiliadora, se dedicaba a la limpieza de la capilla y era el encargado de trepar al campanario. Fue llevado a Roma como el ejemplo más cabal de un indio evangelizado. Ceferino le regalo un quillango al Papa Pío X, quien le retribuyó obsequiándole una medalla de plata al indio cristero. Se quedó en Roma a estudiar; pero pronto contrajo tuberculosis, una enfermedad que se lo llevó el 11 de mayo de 1905. Lo enterraron en el cementerio romano de Campo Verano. En 1915 sus restos fueron exhumados para repatriarlos. En la actualidad se encuentra en una urna en medio de la capilla de Fortín Mercedes, una localidad situada 120 kilómetros al sudoeste de Bahía Blanca. Al poco tiempo comenzó la veneración del santito.
En mayo de 1944 la Curia Romana ordenó una investigación sobre “santidad, virtudes y milagros”. Se iniciaron procesos en Turín, Buenos Aires y Viedma. El 11 de noviembre de 2007, se proclamó su beatificación, ante más de cien mil personas, en una ceremonia llevada cabo en Río Negro.