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¿Cómo nació el metegol?

Un anarquista español, compadecido por los mutilados de guerra, creó un juego que les diera una alegría en medio de sus sufrimientos.

El 18 de julio de 1936, un heredero de la Inquisición, Francisco Franco, en su calidad de general, anunció la decisión del ejército español de poner fin al gobierno legítimo del Frente Popular. En una Europa cada vez más polarizada entre fascistas y antifascistas, se desató una guerra civil que no solo iba a decidir el destino político de España, sino que sería el preámbulo de una historia más trágica aún: la Segunda Guerra Mundial.

Durante el asedio de Madrid, Alejandro Campos Ramírez, que por entonces tenía 17 años, quedó atrapado entre los escombros de una casa arrasada por los bombardeos. Ante la certeza de estar a las puertas de la muerte, con heridas de consideración, pudo ser evacuado a un modesto hospital de Valencia en el que conoció a otros sobrevivientes en situación similar o incluso más comprometedora. Afuera, la ciudad estaba oscura y ni los perros circulaban en la calle. Temerosos de Dios, los internados en su mayoría eran niños y niñas, acuciados tanto por su salud como por la incertidumbre de ver alejarse irreparablemente su infancia. Sin embargo, en aquellas eternas jornadas de convalecencia, en medio del aburrimiento feroz y la imposibilidad de oponer resistencia a sus dolencias físicas, Alejandro tuvo una idea alucinante.

Alejandro Campos Ramírez era un joven gallego, hijo de zapateros y criado en el poblado de Finisterre, donde se aunaban la belleza del paisaje con las más ancestrales leyendas. Superviviente en varios trabajos en un Madrid turbulento, creó con 16 años y en compañía de otros jóvenes, una revista de vida efímera que tuvo las nobles intenciones de convertirse en un periódico iconoclasta que reunía a los que en esos días aciagos eran capaces de defender una visión idealistas de la vida. Soñaba con ser arquitecto, pero gran parte de su vida ofició de albañil. Más tarde, su alma bohemia le permitió conseguir un trabajo de junior en una imprenta. Allí conoció a quienes lo harían enamorarse definitivamente de las palabras.

Por aquellos años, se reconocía como anarquista, una versión de libertario capaz de entregarse a esa idea de un mundo nuevo que germinaba dentro de sí. Las ganas de hacer carne los ideales eran su mayor bandera. En ese contexto estalló la guerra civil y una bomba hizo pedazos su casa. Se salvó milagrosamente, pero desde entonces, quedó con graves dificultades respiratorias y un problema crónico en una de sus piernas. Durante los meses de recuperación, hurtando materiales y con ayuda de un carpintero vasco, creo su primer invento y lo llamó el “paso de hojas mecánico”, que consistía en unas pinzas móviles accionadas mediante un pedal a pie, que se utilizaban para pasar las hojas de las partituras. Tiempo después, se las ingenió para construir un rústico Taca-Taca: el único soplo de alegría en medio de una guerra sanguinaria. De este lado del océano, ese invento haría furor con el nombre de “metegol”. A propósito de su invento, alguna vez le explicó al periodista catalán Víctor Amela: “Conseguí unas barras de acero y un carpintero vasco refugiado allí, Javier Altuna, me torneó los muñecos en madera. La caja de la mesa la hizo con madera de pino, creo, y la pelota con buen corcho catalán, aglomerado. Eso permitía buen control de la bola, detenerla, imprimir efecto”. Era el año 1937. A Alejandro le fascinaba jugar al fútbol, pero las terribles lesiones que había sufrido le impedían siquiera levantarse. De modo que, empatizando con los jóvenes que la guerra mutiló, tomó la decisión de crear un juego que aliviara los amargos días de postración y soledad.

Sabiendo que la dictadura franquista terminaría asesinándolo, Alejandro emigró a Francia y luego a Guatemala. Una vez a salvo, retomó la poesía y bautizó su invento como “Futbolín”. Finalmente, se radicó en México, donde se incorporó a la vida intelectual a través de aquel círculo de amistades que conoció antes del exilio. Nunca quiso ningún tipo de reconocimiento por su invento: “Bah..., de no haberlo inventado yo, lo hubiese inventado otro”. Murió en 2007, aún confiado en que objetos como el humilde Taca-Taca, fruto del ingenio y la solidaridad, lograrían vencer el paso del tiempo, a pesar del avance de la tecnología.

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