Cultura

Cuando Brad Pitt estuvo en La Plata

Hace 24 años se filmaba en nuestra ciudad la escena de una producción hollywoodense que quizá no quedó en la historia del cine, pero sí en la memoria de algunos platenses.

Ese tórrido día de enero de 1997, en la Estación de Trenes de La Plata ondeaban numerosas banderas nazis. La diagonal 80 se había llenado de autos antiguos y de una marea humana presenciando los hechos. Esta imagen distópica se produjo por una filmación que tenía a nuestra ciudad como locación y, como protagonista, a una de las más célebres figuras de Hollywood.
La vida como actor de Brad Pitt comenzó tempranamente, en un momento más o menos preciso: entre 1987 y 1989 interpretó pequeños papeles en series de televisión como ¡Ay! Cómo duele crecer, Dallas, Comando especial y Treinta y pico. No obstante, en su memoria la huella de esos comienzos no tiene nada de ­glamoroso: “Cuando desembarqué en Los Ángeles, llegaba a la agencia, miraba la pizarra y debía elegir uno de los extraños trabajos que se ­ofertaban esa semana. Hice de chofer, de estríper, entregué heladeras portátiles a estudiantes de la universidad, etcétera”.

Un par de años más tarde, a comienzos de 1991, llegó su gran oportunidad, cuando William ­Baldwin renunció a Thelma y Louise y lo sustituyó en un papel breve pero crucial para su carrera. Su presencia en aquella película es una rara joya, muchas veces olvidada. Ese vaquero que hacía dedo en la ruta, que le roba su dinero a Thelma luego de acostarse con ella, lo convertiría en un ícono masculino, cuyo culto iría creciendo en las películas siguientes.

Cada vez más directores de cine advirtieron que Brad Pitt era capaz de usar su atractivo para humanizar los personajes que interpretaba y complejizarlos de manera extraordinaria. En esa búsqueda personal –como un actor capaz de existir en la incertidumbre–, rechazó papeles que lo depositasen exclusivamente como “galán romántico” y, en cambio, aceptó otros que le permitieron explorar diversas facetas interpretativas: hizo de asesino serial en Kalifornia (1993), de drogadicto en Escape ­salvaje (1993), e interpretó a un ecologista loco en 12 monos (1995).

Tenía 34 años cuando llegó a La Plata en enero de 1997 para rodar algunas escenas de Siete años en el Tíbet, una película dirigida por Jean-Jacques Annaud que no pudo realizarse en el Himalaya debido a las presiones chinas sobre India. En el largometraje quedaron poco más de dos minutos de los tres días de rodaje, pero la experiencia para los cientos de extras y colaboradores esporádicos es imborrable.

La película está basada en las memorias del montañista Heinrich Harrer (interpretado por Brad Pitt), quien en 1939, en pleno apogeo nazi (en los años de la Segunda Guerra Mundial), inició una expedición para escalar el Nanga Parbat, en el Himalaya. En aquella expedición fue detenido por los británicos por sus antecedentes políticos y terminó hallando refugio en la ciudad tibetana de Lhasa, prohibida para los extranjeros.

La travesía del legendario alpinista había comenzado en la Estación Central de Graz, en Austria, pero en 1997 el edificio ya no tenía la misma fachada. Así fue como el rodaje se realizó en la Estación de Trenes de La Plata, que conservaba un estilo clásico y nouveau de principios del siglo XX, en la que incluso aún se utilizaba el viejo tablero de madera para anunciar los servicios. De modo que el centenario edificio platense ubicado sobre diagonal 80 se transformó inmediatamente. Tras largas décadas de abandono, recibió muchísimas refacciones y pintura con el objeto de encarnar, de la manera más verosímil posible, la emblemática estación austríaca. Más de 3.000 platenses se postularon para cubrir los 300 puestos de extras, que fueron elegidos con un criterio bastante elástico.

Entre el final del rodaje y el estreno, trascendió que Harrer, quien por entonces tenía 85 años, fue visitado por Pitt y Annaud; en ese encuentro les explicó que los nazis supieron aprovechar sus heroicas hazañas para fines propagandísticos. El actor, como si estuviera confirmando algo comprendido hace mucho tiempo, señaló: “Harrer era un egocéntrico, un simpatizante del fascismo que luego comprende, al llegar al Tíbet, un país en el que la principal posesión es la sonrisa, que hay algo más allá de lo material. Por eso ha dedicado los últimos 40 años de su vida a defenderlo y a luchar contra el racismo”.

Aquella mañana, pese al calor agobiante, muchos platenses estaban pesadamente abrigados para simular estar en el invierno austríaco, aguantando el sudor y el ahogo, soñando con ver en un cine esa escena, con la que se abriría la película y en la que, seguramente, por la fugacidad de las tomas, les resultó casi imposible encontrarse.

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