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Cuando el tango fue sometido a juicio

En la década del 70, como si se tratara de un juicio penal, en un programa de la televisión argentina se investigó si el tango estaba muerto y, en tal caso, quién lo había asesinado.

El programa se llamó Proceso 70 –seis años después, la palabra tomaría otras connotaciones–. Abogaron por la vigencia del tango Tita Merello, quien estaba acompañada por “Corbata”, su perro, Edmundo Rivero, Homero Expósito y Cátulo Castillo; el certificado de defunción del género lo extendieron, entre otros, Nacha Guevara y José Tcherkaski.

La mecánica del programa idead­o por Luis Pico Estrada consistía en una discusión prolongada a lo largo de una hora y media, en una suerte de juicio oral ante las cámaras de televisión. Buscó reproducirse con fidelidad el esquema típico de los juicios penales. El fiscal fue el historiador Félix Luna –por entonces de 45 años–, y como abogado defensor fungió Manuel Gurrea, un empresario periodístico. El juez fue Manuel Rey Millares, un profesor con distinciones internacionales, autor de un libro de microbiología, que había comenzado a hacer televisión en los 60 con el programa Apelación pública, que ya se servía del formato de la parodia de los procesos judiciales para enjuiciar temas que iban desde la poligamia a la astrología. También, a la manera de los juicios norteamericanos, había un jurado encargado de dar el veredicto, el cual estaba conformado, entre otros, por Pinky, Miguel Brascó y el periodista residente en La Plata Diego Lucero.

En ese programa, emitido un martes a las 23 por Canal 7, Nacha Guevara dijo que “popular es lo que representa al pueblo y masivo es lo que se le vende al pueblo. Entonces, partiendo de esa diferencia esencial podemos decir que el tango atravesó por diferentes épocas de difusión masiva, y creo que ha sido popular y enaltecido por Discépolo. Es posible que Libertad Lamarque haya vendido mucho, pero no quiere decir que fue o es popular, sino que ha sido consumida masivamente”. De esa manera se encendió la mecha de la polémica.

José Tcherkaski afirmó “que los autores de tangos han muerto con Discépolo. Y agregaría a Homero Manzi”; fue entonces que desde atrás se escuchó alzarse airada la voz de Tita Merello: “Todavía vive Cátulo Castillo”. Tcherkaski se encogió de hombros sin mirar a quien lo había interrumpido y acomodando sus anteojos replicó con petulancia: “Pero a mi criterio no tiene el mismo nivel que Homero Manzi”. Tita estalló: “¿Vos conocés los tangos de Cátulo?”; el interpelado solo atinó a encogerse de hombros.

Homero Expósito, autor de tangos imborrables como Naranjo en flor, Afiches y Flor de lino, sin ­alharacas deslizó que “somos tan subdesarrollados que yo cobro más por derechos de autor del exterior que de mi propio país”. Por su parte, Edmundo Rivero dijo que “si el tango no estuviera vivo, estaríamos muertos nosotros”.

El poeta Cátulo Castillo recordó que desde hacía 20 años se venía hablando de la crisis del tango: “Sin embargo, el tango sigue siendo representación argentina cabal y totalmente aceptada en el exterior”. El autor de La última curda, María y El último café había conocido a Carlos Gardel, quien le había ­grabado algunos tangos. Por eso no asombró que, cuan­do le preguntaron si esa noche estuviera Gardel qué hubiera dicho acerca de la vigencia del tango, Castillo respondiera: “Yo no sé qué diría Gardel, pero él era un profesional que tenía un profundo respeto por el arte que cultivaba, y entonces es de imaginar que su reverencia, su concepción tanguística y artística sería favorable”.

La palabra de Tita Merello

El gran momento de la noche fue protagonizado por Tita Merello, quien contoneándose en un andar exagerado se dejó caer sobre el banquillo y dijo: “Mientras las cosas se discuten es porque viven”, y dirigiéndose con una mirada fulminante a José Tcherkaski le espetó: “Y ahora quisiera preguntarle a este muchachito de pelo ensortijado que me conteste si de aquí a 60 años sus temas se van a seguir cantando como El choclo o cualquiera de esos tangos escritos por señores que para hacer sus tangos no se tiraban con nadie ni le faltaban el respeto...”.

El aludido trató de defenderse dicien­do que no le había faltado el respeto, a lo que Tita repuso: “Eso es lo grave, querido, a mí nadie ya me falta el respeto”.

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