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Cuando los inquilinos hicieron huelga

Fue en 1907 cuando desde los conventillos se alzó la protesta por la precaria situación de los inquilinos. Un reclamo que aún hoy perdura.

"Sea propietario” prometían los folletos de las agencias de promoción de la Argentina en Europa destinadas a atraer inmigrantes que, a su arribo eran alojados en el llamado “Hotel de Inmigrantes”, un verdadero depósito de seres humanos, del cual se los expulsaba a los cinco días. La realidad desmentía cruelmente las promesas. A la salida del Hotel estaban los “promotores” de los conventillos, subidos a carros que trasladaban a los inmigrantes hacia su nuevo destino. No había contratos de alquiler; el primer recibo de pago se lo daban al inquilino a los tres meses, para poder desalojarlo por falta de pago cuando el encargado o el propietario lo dispusiera. Los conventillos habían comenzado a aparecer a comienzos de 1871 cuando las tropas argentinas regresaron de la guerra del Paraguay y trajeron, entre otras cosas, la epidemia de fiebre amarilla. El foco infeccioso se concentró en los barrios porteños de San Telmo y Monserrat, lugares tradicionales de residencia de nuestras familias “patricias”, que decidieron abandonar sus enormes mansiones para trasladarse a Barrio Norte y Recoleta. Las casas abandonados fueron aprovechadas por la “iniciativa privada” de quienes rápidos para los negocios vieron allí la posibilidad de hacer interesantes ganancias alquilando las habitaciones a inmigrantes, que tenían allí su única posibilidad de vivienda. En un principio se los llamó inquilinatos, luego se popularizó la denominación de “conventillos”, un diminutivo de convento.

A comienzos de 1880 en Buenos Aires había 1.770 conventillos, en los que vivían 51.915 personas repartidas en 24.023 habitaciones de material, madera y chapas. Para mediados de 1890, ya eran 2.249 para 94.743 inquilinos. En su“Estudio sobre las casas de inquilinato de Buenos Aires”, dice Guillermo Rawson: ”De aquellas fétidas pocilgas, cuyo aire jamás se renueva y en cuyo ambiente se cultivan los gérmenes de las más terribles enfermedades, salen esas emanaciones, se incorporan a la atmósfera circunvecina y son conducidas por ella tal vez hasta los lujosos palacios de los ricos.”

En 1907 la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires decretó un aumento de los impuestos inmobiliarios. Los propietarios de los inquilinatos trasladaron los costos a los alquileres, que llegaron a alcanzar al 50% del salario obrero. Fue entonces que la situación detonó. La huelga se inició en el conventillo “Los Cuatro Diques” de Ituzaingó 279. El reclamo apuntaba al 30% de rebaja en los alquileres, mejoras sanitarias, eliminación de los tres meses de depósito –que por entonces era lo usual- y el compromiso de que los propietarios no tomarían represalias con los participantes del movimiento.

El reclamo corrió como reguero de pólvora porque respondía a una necesidad real. A los pocos días ya se habían sumado 500 casas de inquilinato de la ciudad de Buenos Aires, llegando a 2.000 en todo el país. Se calcula que 100.000 inquilinos participaron de la huelga, negándose a pagar el alquiler.

Los propietarios, organizados en una cámara, se negaron a atender las demandas y redoblaron la presión para ejecutar los desalojos. Hombres, mujeres y niños fueron protagonistas de una multitudinaria autodefensa frente a los intentos de desalojo. Los pibes, blandiendo las escobas salían a las calles de conventillo en conventillo, marchando y sumando voluntades.

Hubo enfrentamientos en varios inquilinatos, lográndose en muchos casos impedir el desahucio. Desde los pisos altos del conventillo caían piedras y agua caliente sobre la policía y los oficiales de justicia. El Estado puso todas sus herramientas al servicio de los propietarios, y reprimió a fondo. Utilizó la nefasta “ley de residencia” pergeñada por Luis Cané –autor de “Juvenilia”- por la que se podía expulsar a los inmigrantes que participaran en actos que contravinieran la legislación vigentes. Por ejemplo, huelgas. En una de las marchas, el tristemente célebre jefe de Policía Ramón Falcón mandó abrir fuego contra los huelguistas, allí cayó el joven Miguel Pepe, de 17 años. Más de 5.000 personas acompañaron el cortejo fúnebre.

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