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Cuando Manuel Puig se encontró con Rita Hayworth

El célebre escritor que vivió algunos años en La Plata, y que tuvo a nuestra ciudad como escenario de algunas de sus historias, tuvo un encuentro con una diva del cine mundial.

Manuel Puig, en los años 70, fue al Distrito Federal de México por dos días, para resolver una cuestión contractual. El mismo día, desde Los Ángeles, arribó una de sus actrices más admiradas, que había dado nombre a su primera novela, publicada unos años antes. Por una hora de diferencia no se encontraron en el aeropuerto. A la mañana siguiente, Puig abrió el diario y ella estaba allí. Se ocupó de saber en qué hotel estaba y la llamó por teléfono. Estaba hospedada en un hotel fastuoso llamado Camino Real. La llamó y no la pudo encontrar. Le dejó un mensaje. Volvió a llamarla más tarde, le tomó el llamado. Había recibido la nota. Ella le dijo en inglés que era un gusto conocerlo. No había leído La traición de Rita Hayworth, pero su agente le había mandado todos los recortes con los comentarios. Estaba encantada y hablaron por teléfono durante una hora. Ella tenía esa noche una comida de presentación a los coproductores mexicanos de una película que filmaría con Robert Mitchum, titulada La ira de Dios. Manuel Puig le dijo que no podía creer que estuviera hablando con ella, que para él era un mito, no podía creer que fuera un ser humano , ella le dijo: “¡Pero le juro que lo soy!”

Horas después del llamado, Manuel Puig fue a verla al hotel, pero ella tenía disponible apenas unos pocos minutos: se tenía que arreglar porque la venían a buscar para esta reunión que era muy formal. No tuvieron tiempo de conversar el tiempo que el escritor deseaba, pero le bastó para tener una semblanza personal de la diva: “La encontré muy, muy gastada. Yo tenía la boca seca de emoción; nunca me había pasado eso”. Ella estaba muy consciente de su envejecimiento. Manuel Puig no podía dejar de mirarle las manos, las piernas, la cintura. Ella lo percibía con una mezcla de orgullo y pudor. Estaba con miedo a decepcionarlo. No se encontraban solos, había gente de la producción. Fue solo un rato, lo que duró un trago tomado en la suite de ella. Rita Hayworth estaba vestida de negro con un vestido largo tejido, un jersey de lana. No tenía joyas. Descubrió que ella era miope. Le llevó el diario de la mañana, donde había leído una nota sobre ella, porque la actriz le había dicho por teléfono que no la había visto. No podía leer ni siquiera las letras grandes del título. Manuel Puig le contó de las escenas de ella que le parecieron geniales, recitó de memoria parlamentos enteros, le hizo muchas preguntas. No quiso preguntarle sobre la relación con Orson Welles porque sabía que para ella había sido una época frustrante. Manuel Puig no podía creer la oportunidad que le había deparado el destino pero, al mismo tiempo, sentía desazón: “Realmente no hubiera preferido verla porque la noté, así, como prevenida. Por teléfono era una espontaneidad total. De cualquier manera, ahora sigue estando estupenda, sin joyas con el pelo casi sobre los hombros y casi sesenta años”.

Manuel Puig había visto una vez a Rita Hayworth, de lejos, en la filmación de una película en la que Puig hacía un pequeño trabajo. Fue en España, en el rodaje de un film que ella protagonizaba con Rex Harrison, en 1961. Durante una semana, Puig hizo un reemplazo, ayudaba con el script a una inglesa, traducía todo lo que venía en español. Pero en esa ocasión, Puig no tuvo contacto directo con ella. Además no quería acercarse en esas condiciones. Había mucho nerviosismo en el set, y ella se llevaba muy mal con el marido, James Hill, que era el productor. Todavía no había escrito La traición de Rita Hayworth, esa novela estructurada en base a diálogos, cartas y reflexiones, con una técnica narrativa encontrada en zonas tradicionalmente ajenas a la literatura: los teleteatros, las revistas de moda, las películas románticas más convencionales. La obra narra la historia de varios personajes, que tiene a la ciudad de La Plata como uno de sus escenarios.

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