Cultura

Cuando Marilina Ross era La Nena

Semanalmente millones de telespectadores quedaban cautivados por esa actriz que apenas había pasado los 20 años y que desplegaría una gran carrera en la actuación y la música.

Por entonces era conocida por su nombre, María Celina Parrondo. Cada vez que iba al canal donde grababa una de las tiras más vistas en la televisión argentina, pasaba por un negocio extraño, una clínica de muñecas. En sus vidrieras, había muñecas maltrechas, heridas por el uso o los golpes. Al poco tiempo, el negocio cerró. “Ahora los juguetes son de plástico y cuando se rompen hay que tirarlos”, razonó. Contó que entonces tuvo un escalofrío: “¿Qué pasa con las personas cuando envejecen? ¿Alguien las cuida o las arroja al olvido?”. Tenía 24 años por aquellos días, por lo que pudo rápido sacudirse de encima esa inquietud.

Una revista semanal de entonces la había puesto en tapa con el título El rostro más impactante de los últimos años. La cara de Marilina Ross aparecía en algunos de los programas de más rating de la televisión de mediados de la década del 60: La Nena fue un éxito arrasador que protagonizaba junto a Osvaldo Miranda y Joe Rígoli. Viendo a Biondi era una serie cómica, en la que además de actuar hizo sus primeras incursiones en el canto, interpretando canciones de María Elena Walsh. Además, todos los fines de semana actuaba en una obra en el Teatro Ateneo, que juntaba un promedio de 4000 espectadores por función. Por entonces estaba casada con el actor Emilio Alfaro, quien la introduciría en el grupo Gente de Teatro integrado entre otros por Norma Aleandro, Carlos Carella, Juan Carlos Gené y Federico Luppi, quienes realizarían un programa televisivo histórico: Cosa Juzgada.

Lo que realzaba la belleza de ese rostro era la profunda sinceridad de sus expresiones: “Nunca dije una mentira, ni siquiera cuando sacaba una nota baja en el colegio; tampoco me quedé jamás con el vuelto de los mandados”, dijo. Se veía como una mujer huérfana de certezas, insegura: “Nunca estoy segura de lo que digo ni de lo que hago”, afirmó. Este desamparo sería llevado al extremo en su interpretación de La Raulito, una película de 1975 dirigida por Lautaro Murúa, en la que Marilina Ross encarnó a María Esther Duffau, una muy célebre hincha de Boca Juniors, quien estuvo en el reformatorio, en la cárcel y en el manicomio. El film le valdría un muy importante reconocimiento internacional.

La curiosidad le ayudaba a vencer sus miedos. Querer saber cómo es el otro la llevó a asomarse una y otra vez a lo desconocido. Ser actriz la ayudaba a probarse distintas personalidades. Pero lo que ella hubiera querido ser es psicoanalista: “Para ayudar a los demás, pero no por un mero acto de bondad, sino para enseñarles a pensar”, explicaba.

Su vocación teatral nació de una manera casual. Con su mamá y una amiguito fueron al teatro a ver La violetera. “Al regresar a su casa: mi amigo y yo nos descalzamos, nos despeinamos, arrugamos nuestros delantalcitos y emprendimos la aventura. Nos costó un poco trepar las rejas de la casa vecina, pero cortamos todas las flores que pudimos y salimos a venderlas. Claro, nos perdimos”. El suceso provocó conmoción en el barrio: el carnicero salió a buscarlas con su chatita y otro vecino con una motoneta, hasta que lograron encontrarlos.

Pasta de actriz

A la vuelta de su casa vivía un pintor, en cuyo patio solían armar un pequeño teatro de títeres: “Yo declamaba e improvisaba bailes. Un día tuvo la feliz idea de decir, refiriéndose a mí, esta chica tiene pasta de actriz”. Su madre decidió hacerla estudiar en el teatro infantil Labardén: “Fue una época muy linda, cargada de anécdotas. En cuarto año tuve que hacer un número de baile clásico. Cuando salí al escenario, descubrí a papá en primera fila y le grité ¡Chau, papi! A pesar de lo desfachatada que era, salí del curso del Labardén siendo la mejor”. Tenía entonces 15 años y el porvenir era algo lejano, casi inalcanzable.

Ahora, si pensara en esa clínica de muñecas que veía camino al canal de televisión, sabría que una artista como ella cuando llega a los 78 años sigue alumbrando y jamás podrá ser arrojada al olvido.

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