El encuentro entre Albert Einstein y José Donoso
El físico y el escritor, dos figuras notables.
Hacia 1948, a José Donoso le otorgaron una beca para que estudiara Letras en la Universidad de Princeton, en el estado de New Jersey. Aún faltaban nueve años para que publicara su primera novela, Coronación. Cuando llegó a la casa de estudios, se enteró de que Albert Einstein vivía dentro del campus universitario. Le explicaron: Einstein es un hombre descuidado en el vestir, que siempre tiene los pantalones sin planchar, casi nunca visita la peluquería y usa zapatos sin lustrar. Le informaron también que el físico acostumbraba salir todos los fines de semana en bote, y cuando tenía tiempo libre se entretenía con el violín.
Donoso preguntó si existía alguna posibilidad de ver al gran genio. Le dijeron que sí: “Einstein almuerza, y cuando termina camina por el campus hacia una heladería, donde llega alrededor de las dos de la tarde”. Donoso casi no pudo dormir ante la esperanza de un encuentro cercano con una de las mentes privilegiadas de la especie. Al otro día, se sentó en un banco de piedra situado frente a la heladería, una hora antes de que presumiblemente llegara Einstein. Cuando el reloj marcó las dos, apareció caminando ese hombre con ojos sabios y apariencia bohemia, y se ubicó en la fila de los que aspiraban a disfrutar de un helado. Donoso se levantó y se puso detrás de Einstein. Cuando llegó su turno, el científico pidió un helado de pistacho; después de pagar, se dirigió al banco de piedra. Donoso, que no había pensado en ningún gusto, repitió la elección y se sentó, también, en el mismo banco. Einstein, ensimismado, disfrutaba su helado. Donoso estaba tan congelado como el helado que tenía entre sus manos. Cuando el físico terminó de comerse hasta el último trocito de cucurucho, luego de relamerse miró a Donoso: “Estos son los mejores helados que hacen aquí”. El entonces estudiante solo atinó a asentir, y vio cuando Einstein se perdía en la distancia.