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Butler Yeats: de ser considerado “retrasado” a Premio Nobel

Este autor irlandés, tímido y tartamudo, pasó buena parte de su vida recluido en soledad. Se lo considera uno de los mayores poetas anglosajones del siglo XX.

William Butler Yeats nació en Dublín, en la campiña irlandesa, el 13 de junio de 1865. Su tartamudez lo ancló en una timidez sin retorno. Pasó toda su juventud aislado. Ni siquiera tuvo el ánimo suficiente para presentarse en los exámenes de ingreso del Trinity College. Sus familiares más cercanos lo consideraban retrasado. Y quizá lo fuera: un genial niño atrasado. No tenía amigos ni los buscaba, lo único que parecía darle sosiego era encerrarse en su pieza a leer y a escribir como un poseso. Sus salidas se reducían a ir a los bares donde se reunían los separatistas irlandeses, se sentaba a una mesa cercana fingiendo estudiar y tomando nota de cuanto escuchaba. Allí conoció a Maud Gonne, una patriota irlandesa de la que se enamoró a la distancia con un amor casto e imposible.

Su abuelo, rector universitario, no concebía tener un nieto refractario a la educación formal. Y más lo alarmaba aún verlo intentar experimentos asociados a la alquimia y al esoterismo. Su padre, pintor, era escéptico: lo consideraba un caso perdido. Su madre intentaba arrastrarlo a una iglesia, pero las sospechas del abuelo se confirmaron: William elaboró una creencia basada en el ocultismo y las antiguas leyendas irlandesas. Todas sus visiones fueron traducidas poéticamente en una obra que, al ser conocida, llenó de admiración y asombro a sus contemporáneos.

En 1923 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura. En su discurso de agradecimiento subrayó su orgullo de ser irlandés, país que había conquistado recientemente su independencia. Ayudado por Lady Gregory y en colaboración con Synge, creó el teatro irlandés. De 1892 data su primera pieza como dramaturgo, La condesa Catalina, dedicada a Maud Gonne. A partir de ella proliferan los temas basados en leyendas celtas, con poemas intercalados.

Cuando le dieron el Nobel, dijo: “Los teatros de Dublín eran edificios vacíos contratados por empresas itinerantes inglesas, y noso­tros queríamos obras irlandesas con actores irlandeses. Cuando pensábamos en esas obras, pensábamos en todo lo que es romántico y poético, ya que el nacionalismo al que invocábamos –el mismo al que ha invocado cada generación en momentos de desánimo– era romántico y poético”.

Cuando ya era una celebridad, tuvo como secretario al que sería uno de los mayores poetas norteamericanos de todos los tiempos, Ezra Pound, quien dijo de su maestro: “Al día de hoy nadie ha mostrado las condiciones para superarlo como el mejor poeta de Inglaterra o ni siquiera aparecen visos de que esto pueda suceder en mucho tiempo; porque, después de todo, el señor Yeats ha hecho sonar el arpa con música nueva”.

Murió en un hotel del sur de Francia el 28 de enero de 1939. Quizás su mérito no menor haya sido llevar el folclore irlandés a la literatura, testimoniar la presencia de esos fantasmas que quiso escuchar, ya de muerto, cuando pidió que lo enterraran al pie del monte Ben Bulben, que fue un antiguo campo de batalla celta.

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