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El mayor escándalo político de la historia norteamericana

En la década del sesenta, un presidente de los Estados Unidos recurrió a numerosas formas de la ilegalidad para mantenerse en el gobierno.

El caso Watergate es considerado la conspiración más célebre de todos los tiempos. Y, sin embargo, aún presenta una infinidad de puntos oscuros. En la actualidad, este escándalo político se convirtió en el ejemplo arquetípico cuando en política se habla de juego sucio, corrupción, extorsión, escuchas ilegales, obstrucción a la justicia, fraude fiscal y uso ilegal de los servicios de inteligencia. Esta serie de actividades ilegales, más características del crimen organizado que de un presidente de Estados Unidos, florecieron durante la administración de Richard Nixon, desde entonces conocido como “Tricky Dick” (Dick el Estafador).

De carácter profundamente mesiánico, Nixon se creía un salvador enviado para rescatar al país sin importar los medios que utilizase para ello. En 1968, prometió sacar a Estados Unidos de la guerra de Vietnam. Pero poderosos sectores vinculados a la industria armamentística mantuvieron una presión constante en los círculos políticos para que la guerra continuara. En ese contexto, Nixon sostuvo que, durante su presidencia, Estados Unidos se hallaba en un estado de guerra civil. Esa sensación de hostigamiento lo llevó a confeccionar una lista de enemigos, que incluía a los presuntos conspiradores, que debían ser aplastados.

Todo comenzó con el allanamiento e intervención de las líneas telefónicas del cuartel general de la campaña electoral del Partido Demócrata. Luego, se acusará al presidente Nixon y a gran parte de sus colaboradores de haber llevado a cabo una serie de actos ilegales que llenaron de consternación la opinión pública estadounidense. El escándalo culminó con la primera dimisión en la historia de un presidente norteamericano. El allanamiento cometido el 17 de junio de 1972 por un equipo de cinco hombres, que fue sorprendido infraganti, en las oficinas del Partido Demócrata en el edificio Watergate de Washington condujo a la revelación de un siniestro plan de espionaje y escuchas ilegales contra oponentes políticos patrocinado por la Casa Blanca. Dos periodistas del Washington Post fueron quienes revelaron esta trama de espionaje que obligaría al presidente de los Estados Unidos a salir por la puerta de atrás de la Casa Blanca.

En mayo de 1973, el Comité de Actividades Presidenciales del Senado estadounidense escuchó una serie de confesiones que dieron al escándalo una mayor dimensión de la que ya tenía. El consejero presidencial, John Dean, testificó que el presidente estaba al corriente de la operación y que había autorizado el pago a los asaltantes para que guardaran silencio, algo que fue vehementemente negado por la administración Nixon. Dos meses más tarde, Butterfield, otro asesor de la Casa Blanca, reveló que Nixon había ordenado la instalación, en aquel recinto, de un sistema para grabar automáticamente todas las conversaciones que se produjesen en determinadas dependencias del edificio, incluido el despacho oval.

Estas grabaciones probarían de la manera más incuestionable si el presidente estaba diciendo la verdad o no, por lo que el fiscal general designado para el caso, Archibal Cox, ordenó a la Casa Blanca la entrega inmediata de ocho grabaciones. Tras una serie de peripecias y negativas, que incluyeron el despido del propio Cox, Nixon se avino por fin a entregarlas, pero los expertos determinaron que las cintas habían sido manipuladas y borradas en parte. Nixon presenta su renuncia el 9 de agosto de 1974. Un mes más tarde, su sucesor, Gerald Ford, lo exoneró de todos los delitos que pudiera haber cometido durante su mandato, quedando a salvo de cualquier acusación.

Watergate y el asesinato de John F. Kennedy constituyen los dos puntos más oscuros de la historia reciente norteamericana. Y, de hecho, parece que ambos acontecimientos guardan una especial relación: dos de los detenidos en Watergate, Sturgis y Huts, presentaban un asombroso parecido con dos “vagabundos” que fueron rápidamente evacuados por la policía del escenario del asesinato de Kennedy. Todavía llama poderosamente la atención que, habiendo sido sometido al minucioso examen de periodistas e historiadores, aún queden tantos puntos sin resolver para la comprensión global del caso.

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