El misterioso incendio del Teatro Argentino de La Plata
Fue el 18 de octubre de 1977, en plena dictadura, que la por entonces mayor sala teatral de nuestra ciudad fue reducida a cenizas por causas oscuras.
Era la segunda sala de ópera del país en cuanto a la excelencia de su programación y a su prestigio internacional. En menos de tres horas, la tarde del 18 de octubre de 1977, el escenario, la sala principal y el taller de escenografía del Teatro Argentino de La Plata quedaron reducidos a cenizas. Pese a que se adujo un incendio presumiblemente originado por un cortocircuito en el escenario, la sospecha cayó sobre los hechos como un pesado manto que la prensa cómplice de la época hizo suya de inmediato la versión oficial. Un veloz reguero de rumores apuntó a un incendio intencional. Diecisiete dotaciones de bomberos hicieron frente al incendio. Fue en vano. La única buena noticia fue que ninguno de los doscientos trabajadores del teatro sufrió heridas, pese a que era una jornada normal de trabajo y un grupo de artistas estaba ensayando, ya que esa semana se iba a estrenar Suit en Blanc, del coreógrafo francés Serge Lifa. Lograron escabullirse por la entrada de calle 51. Las maderas y el paño alimentaron esa hoguera que la gente miraba consternada desde los alrededores. Pese a que la destrucción había sido parcial, las autoridades gubernamentales ordenaron demoler el edificio.
Uno de los trabajadores del teatro declararía años después: “Hubo un cortocircuito de un artefacto eléctrico pegado a una pata de tela, parte de las bambalinas negras que colgaban a los costados del escenario. “Sucede que esas patas no podían estar a nivel del piso, porque estaba la barra cruzada de ballet para hacer la clase, y la pata caía ahí arriba. Por otra parte, como costumbre, se dejaban a tres metros de altura, nunca en el piso. El único artefacto eléctrico era la luz que iluminaba al pianista que acompañaba la clase. No había nada que se pudiera quemar”.
Horas después del incendio, Ramón Camps, quien había asumido ese año la jefatura de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, en rueda de prensa fue categórico al presentar los hechos como “un desgraciado accidente” y que la policía junto a los bomberos se habían encargado, como siempre, de proteger la vida de los ciudadanos. Nueve años después, sería condenado a 25 años de prisión con degradación e inhabilitación absoluta y perpetua tras hallarlo culpable de 214 secuestros extorsivos, 120 casos de tormentos, 32 homicidios, 18 robos, diez sustracciones de menores, dos violaciones y dos abortos provocados por torturas.
El Teatro Argentino fue fundado el 19 de noviembre de 1890, casi dos décadas antes que el Teatro Colón. La sala fue ideada para celebrar galas líricas. En la inauguración se puso en escena Otelo, de Giuseppe Verdi. La ópera se había estrenado tres años antes en el Teatro Scala de Milán, con la famosa soprano Elvira Colonnese en el rol de Desdémona. La primera ópera que se pudo ver en nuestro país fue El barbero de Sevilla, de Rossini, por la compañía de Mariano Rosquellas, quien la presentó en 1825.
Cuando se produjo el incendio, el director artístico del teatro era Antonio Pini, quien había sido director del Teatro Colón. Pocos días antes, había dicho a la prensa: “El repertorio de un teatro de ópera no debe hacerse a capricho. En los tiempos actuales, los responsables de una sala lírica en cualquier lugar del mundo deben tomar en cuenta, ante todo, los elementos con los cuales pueden contar, sean estos artísticos o técnicos”. Para 1978 estaba planeado Falstaff, de Verdi, la reposición, de Manón, La Sonámbula, de Bellini, y El rapto en el serrallo, de Mozart.
El nuevo Teatro Argentino comenzó a reconstruirse con fondos obtenidos por la venta del Hotel Provincial, pero la contabilidad de la obra nunca fue transparente, se ocultó bajo una maraña espesa de secretos que formaba parte del hermetismo impuesto por una dictadura que nadie se atrevía a desafiar. El nuevo Teatro Argentino, de una magnificencia severa, se reabrió siete años después.
Muchos años fueron necesarios para digerir los hechos y resignificar la salas de ese histórico teatro, y volver a sentirlo como escenario de encuentros de grandes artistas que siguen manteniendo viva con sus creaciones la idea de otro mundo posible.