cultura

El sabio de la tribu

Atahualpa Yupanqui fue el Martin Fierro del siglo XX.

La honda sabiduría de sus palabras, el lamento perfecto de su guitarra, las frases orientadoras que deslizaba en tono casual, y hasta las estocadas que infería con ojos brillantes de ironía; hicieron de Atahualpa Yupanqui una de las personalidades más poderosas de la cultura nacional.

Se reía poco, para adentro; huía de lo frívolo e insustancial, pero nunca caía en la solemnidad. En París vivió al principio en una casa antigua, frente al Observatorio, llena de mirlos y rodeada de castaños. Luego, se mudó cerca de la torre Eiffel. Le gustaba París porque es una ciudad que nunca termina de conocerse. Allí Edith Piaf lo oyó y decidió alquilar un teatro -el Ateneo- para que actuaran juntos. Transmitía permanentemente muchas cosas, pero era parco, como ese peón del que habló en su libro La tierra hechizada, que doma un potro, bordea un abismo, arriesga la vida cien veces en un par de horas, y cuando vuelve a su casa, todo el comentario que se permite frente a su mujer es: “Me dio trabajo el colorao”.

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