El verdadero Robinson Crusoe

La gran novela de Daniel Defoe está basada en hechos reales y ha tenido numerosas interpretaciones a lo largo de la historia.

La novela se publicó hace más de 300 años, sin embargo, la vigencia de su nombre sigue intacta. Robinson Crusoe sigue siendo el paradigma de quien se ve aislado en la mayor de las soledades, inventándose una manera propia de sobrevivir. La obra de Daniel Defoe ha sido adaptada, imitada y copiada con una compulsión que los años no han logrado aplacar.

Daniel Defoe nació en Londres el 10 de octubre de 1660. Fue un comerciante que pasó por diferentes rubros: lana, ladrillos y vino. No era hábil para los negocios, conoció la bancarrota y llegó a estar preso por deudas. Había algo en el sistema mercantil que lo fascinaba: “El comerciante convierte un húmedo pantano en un Estado populoso, enriquece a los mendigos, ennoblece a los mecánicos, no sólo funda familias, sino también pueblos, ciudades, provincias, reinos. ¿Cómo puede ser algo deshonroso lo que por naturaleza es sostén del mundo?".

Era un protestante disidente de la Iglesia oficial de Inglaterra. Metido en política, no mantuvo convicciones firmes, pasó de los tories a los whigs con facilidad pendular. Su fortaleza estaba en la escritura. Revelaba una gran agudeza en sus panfletos, que corrían como reguero entre la población. En 1703 fue arrestado por sus escritos políticos. Lo multaron y sentenciaron a permanecer tres veces en la picota. Cuando esperaba preso el castigo escribió Himno a la picota, un poema que se vendía por las calles y era leído en las cantinas con parroquianos bebiendo a su salud. Su contemporáneo, Jonathan Swift, el autor de Los viajes de Gulliver, dijo alguna vez refiriéndose a Defoe: “Ah, sí, ése que estuvo en la picota”.

Ya había escrito una docena de libros cuando a los 59 años publicó La vida y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe, marinero de York, título que en sucesivas ediciones quedaría reducido al nombre del héroe. Es considerada la primera novela inglesa y está escrita en tono de autobiografía ficcional. La novela está basada en la historia de Alexander Selkirk, un marinero escocés que a los 17 años se hizo a la mar acusado de conducta inmoral durante una misa. Fue tripulante de diversos barcos corsarios. En una oportunidad, luego de saquear el puerto de Santa María, en Panamá, por una discusión con el capitan, pidió quedarse en tierra firme, a pesar de que se trataba de una isla desierta. Era una isla perteneciente al archipiélago de Juan Fernández. Tenía solo un mosquete, pólvora, un cuchillo, un hacha, unas mantas y una Biblia. Estuvo durante cuatro años alimentándose solo de pescado, un poco de carne –de los magros animales que habitaban la isla– y leche de cabra. Él mismo construyó una cabaña y se hizo su propia ropa con la piel de los animales que cazaba. Finalmente, fue rescatado por una fragata al mando del futuro gobernador de las Bahamas, Woodes Rogers, un antiguo conocido de Selkirk. El náufrago rescatado volvió a sus andadas como corsario y en 1721 murió víctima de la fiebre amarilla a bordo de su barco. Siguiendo la tradición marinera, su cuerpo fue arrojado al mar.

La historia de Alexander Selkirk fascinó a Daniel Defoe y, no bien se interiorizó de ella, decidió dedicarle el libro que lo llevaría a la gloria. En 1966, el gobierno chileno decidió homenajear a ese personaje inmortal poniéndole el nombre de Robinson Crusoe a la isla donde ocurrieron los hechos y la isla vecina fue bautizada con el nombre de Alexander Selkirk.

Robinson Crusoe es la encarnación de la más alta inteligencia práctica, una fabulosa capacidad de adaptación a situaciones nuevas y a la más obstinada vocación de sobrevivir enfrentando todos los desafíos que presenta el entorno. En el prólogo de la novela, Defoe dice que el libro demuestra que “la diligencia infatigable y la resolución intrépida en las circunstancias más descorazonantes... son el único camino para salir de esas miserias”. La obra ha sido leída de las más diversas maneras, algunos, como James Joyce, encontraron en ellas una genial alegoría del colonialismo británico, que ve como propia cualquier nueva tierra que encuentra.

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