cultura

Entrevista a Alejandro Nicolás García

Fue uno de los integrantes de La Guardia Hereje. En la actualidad se dedica a la literatura y acaba de publicar un nuevo libro.

La Guardia Hereje fue un mítico cuarteto de música platense que izó su bandera hecha de tangos, milongas y candombes, en la república independentista de Tolosa. Uno de los integrantes de ese grupo es Alejandro Nicolás García, marplatense de nacimiento y platense por elección. Es autor de tres libros de cuentos, el más reciente lleva por título Principios de jardinería.

—¿Qué significó en tu vida el paso por La Guardia Hereje?

En lo personal conocer mucha gente, algunos de los cuales todavía sigo viendo o hablando, y otros de los que guardo un grato recuerdo. Fue una época hermosa, muy divertida pero de mucho trabajo; cuando iniciamos nuestro camino y le dimos comienzo al grupo, nunca imaginamos que las cosas se darían de ese modo, que por entonces fue bastante rápido. De la Vieja Estación al Café de los Poetas. Luego fuimos seleccionados para participar en el Festival Buenos Aires Tango por un material que mandó —sin decirnos nada— mi papá a concurso y desde ahí no paramos por tres o cuatro años, entre Capital y La Plata. Artísticamente fue inolvidable, pude aplicar lo que aprendía en el Conservatorio Gilardo Gilardi y tocar con músicos de primer nivel en sitios impensados, como la calle Corrientes. Es lindo saber que en nuestra ciudad mucha gente todavía recuerda al grupo e incluso todavía suenan los temas.

—Contá alguna anécdota muy significativa de esos años.

—Hay muchas, por supuesto, siempre es alguna escena, alguna frase. Por ejemplo, cuando fuimos a una reunión de la Iglesia Maradoniana, en algún boliche en las afueras de Capital, junto al director de cine, guionista y músico Emir Kusturica y el boxeador Locomotora Castro, o al Piazzolla Tango en la presentación del Festival, o tocar en el cumpleaños de la ciudad de 25 de Mayo. Lo cierto es que la pasábamos muy bien y, mientras me dediqué a la música, lo disfruté muchísimo, porque además lo que hacíamos tenía mucha llegada a la gente y eso era muy gratificante.

—¿Cómo se fue dando tu paso de la música a la literatura?

—En realidad yo escribía cuentos desde muy chico. Alrededor de los once años —si mal no recuerdo— escribí varios que lamentablemente no pude conservar. Luego dejé de hacerlo y en la juventud empecé a estudiar música en el Conservatorio. A los veintidós, tocaba en La Guardia Hereje, en la orquesta de guitarras del Profesor Adrián Mercado, estudiaba arreglos con Pablo Loudet y composición con Enrique Gerardi, todos grandes músicos y docentes. Lo cierto es que en ese momento me dedicaba más a la parte de arreglos del grupo, no estaba aún en mis planes retomar la escritura. Me reencontré con la literatura alrededor del año 2013, vinculándome a la Sociedad Argentina de Escritores a través de un Taller que dirigía el escritor Carlos Caporali. Desde el año 2015 a la fecha, ya no paré de escribir y seguir explorando el mundo del arte.

—¿Qué es para vos escribir?

—Escribir es congelar la música, detenerla en el tiempo, dejarla esperando volver a sonar para pintarnos un paisaje, una historia, un viaje. Las palabras son vibraciones, imágenes, la literatura es pintar, tocar con la palabra, esa vibración hecha grafía. La sonoridad de un texto, más allá que no sea poesía, resulta esencial, los silencios, lo no dicho.

—Hablemos de Principios de jardinería, ¿cuál es el espíritu que anima el libro?

—Como dice el Atrium que abre la obra y estuvo a cargo de Bertha Bilbao Richter, Principios de jardinería apunta a indicaciones para el cuidado de un huerto simbólico, un jardín, el nuestro, el cual bien puede ser el planeta, nuestro continente, la región, el país, nuestra querida ciudad, el prójimo y nosotros mismos. El espíritu que anima al libro en una época signada por la búsqueda de la eficacia, la tecnología, la fugacidad, la prepotencia y la —aparente— falta de compromiso es reencontrarnos con nosotros, nuestra verdad.

—El último relato está dedicado a un poeta y titiritero fuertemente ligado a La Plata: Javier Villafañe.

—Conocía la obra del gran Javier Villafañe superficialmente: lo cierto es que, si bien tanto en la Escuela Anexa como en el Colegio Nacional tuvimos una excelente formación literaria y grandes profesores, no leímos lo suficiente de su obra. Fue en una Diplomatura que hice donde tuve la oportunidad de conocerlo en su amplitud y jerarquía, quedándome fascinado con la persona de Javier, con muchas de sus ideas, e impresionado de la calidad de su pluma, la paleta de sentimientos que despliega y la profundidad de su temática. Fue por eso que decidí hacer esta obrita de teatro que tuviese por personajes los títeres de Javier, los cuales luego aparecerían como marionetas, mezclando un poco ambas pasiones —música y literatura— con lo divertido del arte de las marionetas.

—¿Cuáles son los lugares de La Plata que tienen en lo personal un significado más fuerte?

—Amo la ciudad y sin embargo siento que debería brillar aún más, la capacidad, y particularmente la capacidad artística de los platenses, es muy grande. Por supuesto adoro mi barrio, Tolosa, donde vivo prácticamente desde que nací y sigue siendo el hogar de muchos amigos además del mío. El bosque y el ahora eco parque, donde tantas veces paseé con mi abuelo paterno —inspiración literaria para mí, sin duda— conversando sobre nuestras pasiones comunes: arte y naturaleza. El estadio de Estudiantes —pasión familiar— y mis dos colegios, Escuela Anexa y Colegio Nacional, de dónde guardo los mejores recuerdos y todavía muchos amigos. Lo cierto es que La Plata es una ciudad maravillosa, la cual considero que, con llevar a la práctica solo algunos principios, puede volver a brillar como deseamos. Las obras siempre son eso, dejar algo de uno, compartir. No hay nada más lindo que ver crecer lo que uno ama.

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