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Esperando la carroza, secretos de un clásico del cine nacional

Esta película, que reunió un verdadero dream team de actores y actrices, dejó para siempre personajes arquetípicos, escenas magistrales y frases inolvidables.

Es una de las películas más amadas de nuestro país. Retrató con agudeza y humor la idiosincrasia argentina, creando un espejo hilarante en el que aún hoy podemos seguir mirándonos con nostalgia y, a la vez, a las carcajadas.

Esperando la carroza es una película dirigida por Alejandro Doria y filmada en 1985. Es muy difícil que alguien que la haya visto en cine se sustraiga a la tentación de verla en televisión, cuando haciendo zapping la descubre en algún canal. Está armada con todos los elementos de una obra costumbrista, con un lenguaje clásico de cámara y no pocos recursos televisivos. Pero el ritmo que el director ha sabido conferir a la historia la vuelve una obra que casi no tiene baches ni tiempos muertos.

“A Lourdes no voy más. Iba siempre. Traía agua bendita para tomar con el mate. Pero la última vez me dio una diarrea... Al final esa te cura de un lado, te jode del otro” , es una de las tantas frases de Mamá Cora que Antonio Gasalla grabó en la memoria de los espectadores con la forma de una sonrisa. Es una película capaz de llegar a todas las generaciones y públicos de distintas extracciones sociales. Quizá una de las claves sea el oído con el que se captó el lenguaje que habla el común de la gente, sin amaneramientos pero sin caer jamás en lo chabacano.

La película retoma la tradición del grotesco que, en nuestro país, llegó a su cumbre con las obras de Armando Discépolo. Es el resquebrajamiento del revoque de la vida social que permite ver sus grietas la comedia humana tal cual es. “Gracias a Dios me crie en una casa católica, apostólica y románica”, dice Elvira, el personaje encarnado por China Zorrilla, pero esa casa está llena de rajaduras y no hay vigas que permitan mantenerla en pie.

Todo empezó con una noticia en la sección de internacionales que el autor del texto, Jacobo Langsner, leyó en un diario: “Nápoles: dos hermanos se pelean por el honor de velar a su madre”. La historia le pareció tan graciosa y tan horrible al mismo tiempo que lo atrajo de inmediato. “Qué hipócritas –pensó–, seguro que nunca se ocuparon de la madre y a último momento se desesperaron por salvar las apariencias”. Escribir la obra le llevó solo dos días.

Cuando se estrenó la película pocos recordaban que Esperando la carroza había conocido una versión televisiva en 1974, en el ciclo Alta comedia de canal 9, dirigida por el propio Alejandro Doria. En esa ocasión descollaban los nombres de China Zorrilla y Pepe Soriano en el elenco. En el personaje de la vieja estaba Hedy Crilla, una actriz austríaca radicada en nuestro país. En la versión televisiva, Mamá Cora desaparece a los cinco minutos y no vuelve hasta el final, permitiendo la sospecha de que ella sea, efectivamente, la muerta que están velando. En la película, en cambio, Doria, pensando en Hitchcock, muestra a la vieja todo el tiempo en la casa del frente, lo que disipa la tensión, suma comicidad y desplaza el énfasis de lo que pueda haberle pasado a ella al vínculo entre los hermanos.

Alejandro Doria había pensado originalmente en Niní Marshall para el personaje de Mamá Cora. Hubo algunos encuentros –libro en mano– entre el director y la actriz. Recuerda Doria: “Yo la adoraba, pero hubiese sido un desacierto: por más genial que fuera su papel, habría sido muy doloroso ver a una mujer de 90 años, y más a Niní, en ese papel. Al hacerlo Gasalla, en cambio, el público entra en un juego teatral, porque, por más que le peguen, se caiga o la crean muerta, sin importar cuán bien lo haga, no deja de ser un hombre joven disfrazado de mujer. Y funcionó muy bien. De hecho, al momento del estreno a nadie se le ocurrió preguntarme por qué había puesto a un hombre, y no a una mujer, en ese papel”.

Cuando la película se estrenó, la crítica fue muy dura. Se la acusaba de exageración. Alejandro Doria nunca antes en cine había hecho humor: “El día del estreno me quería morir, la mitad de la película quedó sepultada bajo las carcajadas de la gente, que mientras se reía ya se estaba perdiendo otro gag. Sin querer, aprendí el secreto de la comedia, no dar respiro, y por eso la gente encuentra cosas distintas cada vez que la ve”.

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