cultura

La mujer que lideró a los tehuelches

María fue el nombre con el que fue conocida una cacica de la que poco se habla pero que tuvo mucho predicamento en la Patagonia.

A comienzos de 1823, el capitán de la nave, el comerciante alemán Luis María Vernet, dio órdenes claras. Debían encontrar rápidamente una zona apta donde instalar las tiendas de campaña. Cuando alistó a su gente para salir a buscar animales, uno de sus colaboradores le advirtió que, a la distancia, una nube de polvo se levantaba detrás de las colinas y se encaminaba a donde estaban ellos. No habían dudas: eran los indígenas. Al frente del grupo, montada sobre un hermoso caballo blanco, venía ella, la cacica María –apodada la Grande, por el propio Luis Vernet-, arropada con un poncho de color negro que la diferenciaba del resto de sus compañeros, vestidos con el tradicional quillango de piel de guanaco. Su cabello era negro, largo y con trenzas. Acompañada de cuatro capitanejos, se acercó a Vernet, que la observaba entre inquieto y absorto: le costaba creer que una mujer tuviera mando real entre los nativos.

María lo invitó a negociar y lo obligó a reconocer los derechos que el pueblo nativo tenía sobre ese territorio. Además, argumentó que sus caballos eran de propiedad tehuelche, dado que se criaban en tierra que se encontraba bajo su dominio. La tehuelche fue clara: todo lo que caminara bajo su territorio, le pertenecía a su pueblo. Se mostró inflexible y Vernet debió ceder. María sacó a relucir sus dotes como gran negociadora y consiguió que Vernet entregara bienes a cambio del ganado.

La infancia de María transcurrió en el momento en que tanto los españoles como otras naciones europeas incrementaron su interés sobre la Patagonia, no sólo para establecer colonias sino también en la explotación de los recursos que ofrecía el mar. Las poblaciones indígenas antagónicas no estuvieron ajenas a estos cambios, buscando capitalizar la relación con los extranjeros en términos de sus propios beneficios.

Hija del cacique Vicente, hermana de Besante - poderoso cacique de la tribu cercana al río Santa Cruz-. Desde muy pequeña aprendió el arte de la negociación, siendo testigo de acuerdos comerciales a los que su padre arribaba con funcionarios españoles y explotadores extranjeros. Su esposo se llamaba Manuel, con el que tuvo cinco hijos. Hablaba un español entrecortado pero comprensible. Durante su mandato no hubo guerras tribales en la región y ninguna tribu tomaba decisiones de importancia sin previamente consultarla. Logró que los blancos reconocieran los derechos tehuelches sobre el ganado. Era una excelente jinete y usaba aros de medallas de la Virgen María y prendedores que le sujetaban la manta sobre el pecho.

De acuerdo con un estudio sobre jefaturas indígenas, María lideraba un grupo seminómade que había establecido redes comerciales con los loberos y con el establecimiento de Carmen de Patagones. Incluso, la mujer era buscada por la mayoría de los capitanes loberos, que cruzaban el estrecho para comunicarse con ella y conseguir carne de guanaco para sus tripulaciones. Las capacidades de María, quien según las crónicas utilizaba unos aros hechos de medallas con la figura de la Virgen María estampada y solía cargar una estatuilla de madera de Cristo, le permitieron sacar ventajas de sus relaciones y realizar acuerdos pacíficos que beneficiaron a toda la comunidad tehuelche.

Durante todos los años que “reinó” María, hubo paz en la costa de la Patagonia, gracias a sus habilidades para negociar y comerciar. Debido a la autoridad y respeto que emanaba, el día que murió, en 1840, desde Carmen de Patagones hasta el Estrecho de Magallanes, se encendieron fogatas que iluminaban toda la costa patagónica. Las hogueras ardieron en su honor durante tres días y tres noches. En las piras, y a modo de homenaje, quemaron sus mantas, el quillango de piel de zorrino y los arreos de su caballo.

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