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La verdadera historia del hombre de la máscara de hierro

Se hizo famoso por la novela de Alejandro Dumas y las muchas películas que se hicieron sobre él. Fue un personaje que existió en la realidad.

Entre los enigmas más celebrados figura el del hombre de la máscara de hierro. Más allá de que algunos afirmen que la máscara no era de hierro, sino de terciopelo, se sabe que ingresó a la Bastilla el 18 de septiembre de 1698 y que a nadie le fue dable verle sin aquella máscara, con la que se pretendía imposibilitar su identificación por algún preso o visitante curioso. Se lo enterró en el cementerio de la prisión bajo el nombre de “Marchiali” el 19 de noviembre de 1703: se trató del preso político más famoso de la época del Rey Sol. Para algunos, ese era su verdadero nombre, apenas deformado por error de tipeo del escribiente, pues se trataba de Ercole Antonio Mattioli, secretario de Estado de Carlos IV de Gonzaga.

A Mattioli, sospechoso de haber traicionado a Luis XIV, y también al duque a cuyo servicio estaba, mediante una emboscada, ya que no era un hombre fácil de arrestar, lo secuestraron los agentes del rey de Francia. Como ese hecho iba a tener lugar en territorio veneciano, e implicaba una violación del derecho de gentes, se tomó la precaución de enmascararlo para mantener el secreto de lo ocurrido. Asimismo, hay otra versión que afirma que la víctima era un tal Martin o Dauger, criado de un espía francés al servicio de Inglaterra, versión que, aunque tiene cierto apoyo documental, no explica el por qué, a dicho prisionero, se le hacía llevar constantemente enmascarado el rostro.

No obstante, la hipótesis que goza más crédito —por ser la más inverosímil— es la que puso en circulación Voltaire en su Siécle de Luis XIV: el hombre de la máscara era el hijo de la reina Ana de Austria y el cardenal Mazarino. No consta, positivamente, que la viuda de Luis XIII tuviese un hijo de su primer ministro. Sin embargo, en la época de la Revolución, semejante historia gozó de gran éxito. Por cierto que, al asaltar el pueblo a la Torre de la Bastilla, pudo comprobarse que la hoja de registro de prisioneros, donde se consignaba la permanencia en aquella cárcel del hombre de la máscara de hierro, había sido cortada.

En Francia, las principales sospechas sobre la identidad del personaje recayeron sobre Luis de Borbón, conde de Vermandois, hijo del Rey Sol y Louise de la Vallière. Luis fue desterrado de la corte tras haber sido descubierto practicando el “vicio italiano”, como solía llamarse a la homosexualidad. Luego, intentó recuperar el favor real en las campañas de Flandes, donde enfermó y falleció durante el asedio de Courtrai. Otro candidato a hombre enmascarado fue Francisco de Borbón, duque de Beaufort. Este primo del rey había sido uno de los líderes de la Fronda que, entre 1648 y 1653, conspiraron contra el monarca durante su minoría de edad. Distanciado del rey, participó en las campañas de ayuda a los venecianos contra el Imperio Otomano y encabezó el asedio a Creta en 1669. Murió en un combate, pero su cuerpo nunca apareció.

En 1850, se publicó la novela del muy prolífico Alejandro Dumas quien, en El vizconde de Bragelonne (la continuación de Los tres mosqueteros), aderezó la versión volteriana, narrando que se trataba de un hermano gemelo de Luis XIV, a quien Ana de Austria, para evitar las peligrosas contingencias que suponía la existencia de un príncipe casi tan rey como el otro, y con su mismo rostro, lo mantuvo desde su nacimiento alejado de la corte e ignorada de su personalidad hasta que alguien reveló al interesado su condición y origen, por lo que vino a dar con sus huesos en la Bastilla y la prohibición de quitarse la máscara ante nadie.

A los efectos de popularidad, la novela de Dumas tuvo mucho más valor que cualquier otro documento histórico fehaciente. La versión ficcional, sin embargo, tiene diversos visos de verosimilitud, aunque no despeje esa apabullante incógnita que tiene la fuerza de una leyenda, tejida alrededor de Ercole Antonio Mattioli, ni las circunstancias que determinaron su prisión con el agravante de ocultar su rostro de por vida. A propósito del inolvidable novelista francés, una de sus máximas rezaba: “Solamente podemos disfrutar completamente de algo si con ello hemos proporcionado placer a otros”. Ficción o realidad, con El hombre de la máscara de hierro, Alejandro Dumas, desde nuestra infancia, nos atrapó aún más en el inefable placer de la lectura.

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