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Los distintos James Bond

Es el agente secreto más famoso creado por la literatura, y hecho leyenda por casi una treintena de películas y hasta por video juegos.

Para muchos Sean Connery fue el mejor. El que nadie podrá superar. El que quedó para siempre identificado con el personaje. Alto, de cejas gruesas, manos grandes, labios carnosos y acento escosés. Cuando se presentaba “Bond, James Bond”, alzaba la ceja izquierda y rezumaba sexismo e impiedad. Roland Barthes quedó deslumbrado en cuanto lo vio y en uno de sus textos narró la escena en que James Bond arroja a un hombre desde un décimo piso. Un transeúnte le pregunta a otro: “¿Cree que habrá muerto?”. Y James Bond, que ya está allí, dice: “Así lo espero”. José Pablo Feinmann celebraba otra escena en la que Bond “está bailando con la italiana Luciana Paoluzzi, ve que le están por disparar, gira, la pone a ella, protegiéndose, frente a él y ella, así, le da la espalda al tirador, que dispara y la mata. Connery sigue bailando con el cadáver hasta que lo pone en la silla de una mesa a la que está sentada una pareja: ¿Podrían cuidar de mi amiga? Está muerta”.

Luego llegó Roger Moore, popularizado en dos series: El Santo y Dos tipos audaces. Fue un James Bond muy british, de porte aristocrático y modales refinados. Ojos claros, nariz respingada, esforzado devoto de una cultura machista, que en las batallas del amor podía hacer decir a la pareja de Bond: “Oh, you, sadistic, brute!”.

Pierce Brosnan fue un James Bond distinto: más refinado que sádico. Glamoroso y distante. Este actor irlandés trabajó en cuatro películas de la saga. Su primera película como 007 fue GoldenEye, de 1995, basada no en la novela de Ian Fleming sino en guión nacido puramente de la imaginación del guionista Michael France. Luego vendrían El mañana nunca muere, El mundo nunca es suficiente y Muere otro día.

También se pondría en la piel del agente secreto británico, Daniel Criag. No busca ser seductor sino ajustar cada una de las piezas del engranaje que decide ser: una máquina de matar. Mucha brutalidad y poco ingenio. Nada del sentido del humor de sus predecesores. No sabe reírse de sí mismo. Tiene odio en la mirada y es capaz de trepar las paredes como el hombre araña. Es más parecido a Rambo que a James Bond.

El creador del personaje, Ian Fleming, tenía mucho del personaje. En tiempos de la Segunda Guerra había visitado Washington en representación de la División de Inteligencia Naval Británica y escribiendo un largo memo sobre las maneras en que Londres podría ayudar a “los primos”. El propio Fleming contó que volando en 1941 hacia Washington con el fin de mantener conversaciones secretas con el gobierno norteamericano antes de que Estados Unidos entrara en la guerra, habían tomado la ruta del Atlántico Sur y el avión hizo escala en Lisboa, ciudad en la que debían pasar la noche. Allí se reunió con sus compañeros de inteligencia, quienes le informaron del extraordinario grupo de agentes secretos alemanes que había invadido Lisboa y las vecinas playas de Estoril. Inmediatamente, Fleming le dijo a su superior que debía echarle una ojeada a aquellos espías. Fue al casino y se encontró con los tres hombres que jugaban en la mesa en que se hacían las apuestas más altas. Tuvo la idea de sentarse, jugar contra aquellos hombres y derrotarlos, reduciendo de este modo los fondos del Servicio Secreto alemán. Dice Fleming: “Naturalmente era un plan descabellado, con un alto nivel de riesgo y en el que había que encomendarse abiertamente a la suerte. Llevaba encima unas cinco libras esterlinas, que debían cubrir los gastos del viaje. El principal agente alemán había realizado diversas apuestas con éxito. Me propuse vencerlo, pero perdí diez jugadas consecutivas. El resultado fue quedarme sin un centavo”. Fue esa noche que concibió la idea de crear un personaje que consiguiera derrotar aplastantemente a sus enemigos -con sutileza, humor, y efectividad criminal- en todas las situaciones que se presentaran.

Para José Pablo Feinmann la inteligencia de la saga: “reside en parte en cómo supo ver más allá de los confines de la Guerra Fría. La transición probablemente comienza después de De Rusia con amor. ¿Quién se hubiera creído el relato paranoide de los búlgaros que le dispararon al Papa en 1982 si no hubiera sido por el recuerdo de los robots búlgaros de Moscú en aquella aventura? Las historias son una suerte de puente entre un período de belicismo ideológico y el nuestro, en el que el temor a un coloso frígido y a un “intercambio” nuclear ha sido depuesto por el temor a un psicópata desatado y una bomba sucia”. Fue Fleming el primero en llegar más allá de la KGB, hasta nuestro mundo de carteles colombianos, mafia rusa y otros actores no estatales tales como Al Qaeda.

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