Martín Raninqueo, un mapuche que nació en la ciudad

El poeta y cantor platense es un excombatiente de Malvinas orgulloso de su descendencia mapuche, alguien que hace de la palabra una forma de vuelo y memoria.

Acaba de sacar un nuevo disco, titulado Del grito indio, hecho junto a Diego Rolón. Es autor de Poemas al flautista y otros poemas y canciones, y de un libro nacido de la dramática experiencia en la guerra de Malvinas: Haikus de guerra, una obra con prólogo de Leopoldo Brizuela y grabados de Julieta Warman; la cual también fue publicada en los Estados Unidos.

—¿Recordás cuándo escribiste tu primer poema y de qué trataba?
—Sí, se llama Última carta y está publicado en una antología de textos escritos por excombatientes de Malvinas que se llama El Viento también recuerda. Fue publicada gracias a Víctor Redondo para su sello Último Reino. Un poema que inicié en Malvinas y terminé a mi regreso, y da testimonio del momento de tener que salir a enfrentar a los ingleses.

—¿Cuándo pudiste abordar literariamente tu experiencia en Malvinas?
—Última carta me hizo plantear lo siguiente: no quería ser visto como un excombatiente que escribe. ¿Me reconocerían por mi labor artística o por haber ido a la guerra? Me sigue incomodando esa mirada. Yo soy un hombre, autor de canciones y algunos poemas, que ha vivido y padecido una guerra. Yo sentía que tenía que volver a abordar Malvinas, pero primero debía seguir formándome como artista para no bastardear el tema. Por eso es que Haikus de Guerra aparece a mis 45 años de edad.

—¿Qué significa para vos reivindicar a tus ancestros indios y de qué manera eso ha influido en tu arte?
—Soy un mapuche que nació en la ciudad, ya que el Estado se quedó con las tierras de mi de bisabuelo y luego pasaron a manos privadas. Desde entonces los Raninqueo no hemos vuelto a poder vivir en comunidad. Sí he elegido vivir en zona rural para poder tener un acercamiento mínimo a la forma de vida de mis ancestros. Mi trabajo como artista es aportar un granito de arena a sacar del silencio nuestra historia y acompañar al pueblo mapuche en sus reclamos.

—Contá algunos recuerdos que tengas de Leopoldo Brizuela.
—Recuerdo sus visitas, las fiestas familiares compartidas, nuestras cenas junto a Horacio Castillo, Caso Rosendi y otros poetas de la ciudad. Nuestras presentaciones donde Leo cantaba fados. Su inteligencia, su generosidad, su sarcasmo. Tengo la alegría de que me dedicó uno de sus cuentos, en la época en que venía a casa a buscar material para escribir su libro Los que llegamos más lejos, donde abordó el tema de nuestros pueblos originarios. Su voz que quedó grabada en uno de mis discos. Leo y sus coplas que había estudiado y grabado con Leda Valladares. Su partida tan temprana fue un golpe para muchos.

—¿Cuáles son los sitios de La Plata que tienen una mayor significación emocional para vos?
—El barrio Mondongo, que es donde me crié. Mi viejo tenía un almacén de barrio a dos cuadras de la cancha del Lobo. Por allí pasaban personajes de la época como el Negro José Luis, antes de los partidos, a comprar unas cervezas. Ciertas calles arboladas de City Bell, donde viví 17 años. Punta Lara, donde mis padres tenían una casita para escapar los fines de semana.

—¿Qué reflexiones te ha suscitado esta tan extraña experiencia de pandemia?
“La primera reflexión sería que hemos naturalizado cosas tan horribles como la de vivir en las ciudades hacinados en departamentos, agolpados para comer (los que pueden) en restaurantes, agolpados para no parar de consumir. La pobreza en las grandes ciudades es una masa sin nombre ni apellido, no así en los lugares menos poblados donde los canales de solidaridad están más abiertos. Necesitamos volver a escuchar a nuestros pueblos originarios que tienen tanto para decirnos en relación con todo esto.”

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