cultura

Pepe Soriano, un actor que vencerá al olvido

Era un actor de raza, llevó su talento a los escenarios, la pantalla y jerarquizó la televisión las veces que fue convocado. Quedará para siempre en el corazón de su público.

Tenía 93 años y hasta el final fue un volcán de vitalidad. Desde la primera vez que subió a un escenario —Sueños de una noche de verano, en el Teatro Colón— hasta su más reciente película —la muy premiada Nocturna—, se ha puesto en la piel de infinidad de personajes, a todos hizo resplandecer de vida y de verosimilitud, pero el mejor de sus protagónicos es el que encarna cotidianamente, porque no hace ningún esfuerzo en actuarlo, sencillamente era así: un buen tipo.

Nació en Buenos Aires el 25 de septiembre de 1929. Colegiales fue el barrio de su infancia; el azar y la voluntad de volver a las raíces hizo que viviera en la misma casa de entonces, aquella en la que transcurrió su niñez, en cuya vereda jugaba a la pelota con un bollo de papel metido dentro de una media de mujer. Los domingos, iba al cine del barrio con sus amigos. Allí, en continuado, conoció la fascinación de una historia contada desde una pantalla grande. En la casa de al lado, vivía un hombre que era la personificación acabada de la poesía: Raúl González Tuñón. Pepe siempre lo recuerda: “Cuando mi papá veía venir a Raúl, decía: Enciendan las luces que pasa un poeta”.

La lista de premios que ha obtenido a lo largo de los años es imponente: Goya, Martín Fierro, Círculo de Escritores Cinematográficos, Cóndor de Plata, y por nombrar solo algunos de los más recientes, el FantLatam —Brasil— y Festival de Cine Fantástico Insólito —Perú—. Sin embargo, el éxito nunca estuvo en su brújula, el norte siempre se lo marcó el corazón y su sentido de dignidad del oficio.

Muchos de sus personajes cinematográficos han quedado para siempre en la memoria de quienes tuvieron la suerte de verlos: el alemán Schultz de La Patagonia Rebelde, el Lisandro de Asesinato en el Senado de la Nación, Coluccioni de Una sombra ya pronto serás, el dueto actoral con Alfredo Alcón en Pubis angelical. Pero es en el escenario donde encontró su territorio de máxima libertad, en él ha hecho de todo: cantó, bailó, interpretó a la Nona, hizo de inmigrante italiano que regresa a su país de origen, recreó la primera invasión inglesa, representó inolvidablemente a Lisandro de la Torre, o se mostró como uno de los rotos de amor. También hizo una obra que ya está inscripta como uno de los clásicos del teatro argentino: El Loro Calabrés. Un unipersonal que estrenó en 1975 y con el que recorrió el país entero muchas veces cobrando como entrada un alimento perecedero para algún comedor infantil. Esta obra, precisamente, lo ligó profundamente a nuestra ciudad.

A mediados de los años 70, cuando el país estaba gobernado por el horror y el arte estaba puesto bajo la lupa, el nombre de Pepe Soriano figuraba en la ominosa lista de “sospechosos” de tener simpatía con los “subversivos”. Sus posibilidades de trabajar se habían recortado dramáticamente. Fue en el Teatro Ópera de nuestra ciudad, dirigido por Pipe Herscovich, que Pepe Soriano pudo seguir subiendo a escena, durante temporadas enteras —a sala llena—, El Loro Calabrés, como una de las pocas posibilidades que tuvimos los platenses de respirar un poco de aire puro durante esos años, comprobando que la ternura, prohibida y acosada, aún seguía viva.

En 1988 interpretó en España al oscurantista generalísimo Francisco Franco. Tuvo que engordar veinte kilos en cuarenta días: “Fue muy fuerte. Recuerdo cuando me senté, vestido de uniforme, en el mismo escritorio en donde él firmaba sus sentencias a muerte... ¡Me corría hielo por la espalda!”. La película se llamó Espérame en el cielo y fue su pasaporte para muchos otros trabajos en España.

Fue el primer presidente de la Sociedad Argentina de Gestión de Actores e Intérpretes (Sagai), que administra colectivamente los derechos intelectuales de actores y bailarines, logrando una más justa redistribución de ingresos entre quienes cultivan un oficio históricamente muy expoliado.

Durante el último año, fue sometido a numerosas internaciones, siempre apuntalado por el amor de quien lo acompañó durante los últimos cuarenta años de su vida, Diana May Hughes, quien quiso que fuera en su casa —la misma casa en la que nació—, donde se corriera el telón final de esta obra que durante 93 años el gran Pepe Soriano representó sin ensayo, a pura verdad y corazón y con una dignidad ejemplar. Aplaudámoslo de pie.

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