cultura

Testigo y creador

Carlos Gorriarena es un artista plástico cuya paleta dio a luz a algunos de los grandes cuadros producidos en nuestro país.

El arte no le dio ni fama ni dinero. Pero su obra pertenece a la memoria del pueblo. Testigo y creador, Carlos Gorriarena cometió el pecado de pensar sobre el mundo y sobre el mundo de sus telas. Nacido en Buenos Aires en 1925, su estilo descolló por la fuerza expresiva de un realismo crítico, de actitud denunciante e impronta mordaz.En 1948, abandonó sus estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes para incorporarse al alumnado de Demetrio Urruchúa. Por entonces, tuvo la fortuna de tener dos grandes maestros, Lucio Fontana en escultura, y Antonio Berni en dibujo. Lo cierto es que, a través de su obra, buscó poner en evidencia las relaciones entre personas en las que el aspecto protocolar predomina sobre cualquier otra forma de intercambio, conservando una ambigüedad entre la atracción y la repulsión, entre el amor el odio existente en las relaciones humanas.

En la plástica suele ocurrir que las personas trabajen más para el living que para la ideología, como si existiera una tendencia de “decorar y no decir”. No obstante, Gorriarena sostenía que estábamos insertos en un sistema, aunque la pintura también constituyera uno, con sus leyes particulares. Desconfiaba de quienes aseguraban que el sistema de pintura estaba apartado de un sistema que lo superara – que es el de la vida-, también se apartaba de aquellos que creían solamente en la vida y no la imaginaban como constituyendo un sistema. Carlos Gorriarena creía en el conflicto de estos dos sistemas y que el conflicto es lo que hacía realmente viva una obra.

No vendió muchas obras. Desafortunadamente, la pintura parece estar condenada a ser colgada, en la medida que se realiza dentro de un plano, y este plano el único soporte que tiene es la pared. Sin embargo, este artista sostenía que la pintura que realizó ha sido hecho sin pensar en las paredes, más allá de que se la colgara o no. “Creo que el colgarla en una pared califica a quien la cuelga, como califica al pintor”, le explicó al escritor Miguel Briante.

Maestro del color conocido por su paleta encendida, de contornos difusos y deformantes, el estilo de Gorriarena descolló por la fuerza expresiva de un realismo crítico, de actitud denunciante e impronta irónica y mordaz. Con más de treinta exposiciones individuales, expuso en el país, Brasil, México, Canadá, Francia y Madrid, donde residió durante 1971. Participó en casi 200 muestras colectivas, y entre los numerosos reconocimientos a su labor pictórica ganó el Gran Premio de Honor del Salón Nacional, en 1986. En 1989 se hizo acreedor de la Beca Guggenheim.

No se consideraba militante peronista, ni estaba afiliado a ningún partido. No obstante, sostenía que el peronismo es lo más rico y vital que tiene Argentina. Gorriarena sostenía que pintaba para él: “Quiero decir que jamás intenté hacer una pintura partidaria, yo no creo en la pintura partidaria, porque creo que existen instancias políticas pero que a mi no me avala ni me sirven para pintar. Yo no soy un pintor que parte de una concepción política; en todo caso parto del sentido que conforma toda mi vida”.

El compromiso, según Gorriarena, reflejaba las pequeñas creencias, más o menos valiosas que correspondían al mundillo cultural: un mundo muy pequeño, muy cerrado, como un alacrán que se muerde la cola. Una constante de su pintura fue la crónica de la realidad plasmada con escepticismo. Grandes críticos de arte elogiaron su pintura y la calificaron de "pictóricamente muy madura".

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