cultura

Una organización criminal al servicio de la Inquisición

La Garduña fue una especie de grupo de choque paraestatal que operó en España durante casi cuatro siglos al servicio del Santo Oficio.

La Garduña fue una sociedad secreta española cuya existencia se prolongó durante varios siglos. Se sospecha que nació en Toledo, a comienzos del siglo XV. Como si de un antecedente del Ku Klux Klan se tratara, su primer propósito fue la persecución ilegal de judíos y musulmanes. La Inquisición a menudo utilizó los servicios de estos secuestradores y asesinos a sueldo para actuar contra personas sobre las que legalmente no tenía jurisdicción. Además gozaron de la protección de jueces y autoridades políticas. Durante más de doscientos años, reinaron como monarcas indiscutibles de los bajos fondos de la península ibérica y su legado aún hoy no ha desaparecido del todo.

La Garduña tomó su nombre de un animal depredador nocturno, de gran vista y olfato, sus orígenes como fuerza unificada no se remontan mucho más allá de la época de los reyes católicos, quienes, a lo largo del siglo XV, emprendieron su cruzada contra los últimos reductos de la influencia musulmana en la península ibérica. A consecuencia del éxito de aquella feroz campaña, muchos islamitas fueron muertos o desterrados al norte de África. Se trataba de una época en que la balanza del poder variaba, por lo que existía, en determinados ámbitos, un claro vacío que permitió a la Garduña actuar en muchos lugares con total impunidad.

Los miembros de esta sociedad –que ingresaban previo juramento y ritos de iniciación– recurrían –generalmente– al asesinato de cualquiera que practicara ideas heterodoxas. De este modo, este consorcio criminal se convirtió en un arma extraoficial del Santo Oficio. El férreo adiestramiento y disciplina de cada uno de sus integrantes, así como una extremada crueldad a la hora de llevar a cabo sus misiones, erigió a la Garduña en un mito por derecho propio. La misión divina de la Garduña no era sino hacer prevalecer la pureza de la sangre española: grupos de patriotas tomaron las regiones montañosas organizándose en bandas y luchando como guerrilleros en aras de cumplir con aquel sagrado destino.

Una vez finalizada la reconquista, la Garduña se convirtió en un lastre para las autoridades. En primer lugar, se trataba de un grupo especialmente celoso en lo que tenía que ver con la cuantía de sus botines. Además, personajes de cierto renombre, que fueron considerados herejes por la Garduña, sufrieron la persecución indiscriminada del grupo a pesar de contar con influencias y amistades poderosas. Ello motivó más de una situación embarazosa que dejaba en entredicho la autoridad real de determinados personajes de la nobleza, puesto que, cuando la Garduña elegía un objetivo, llevaba a cabo su cometido con extraordinaria minuciosidad, sin atender a riesgos ni razones.

El paso a la clandestinidad supuso un antes y después para el grupo. La ciudad de Sevilla, en la que se había alcanzado una notable implantación, se convirtió en la sede principal del movimiento y la Garduña se dio a sí misma una constitución confidencial y unos estatutos fundacionales con los que tomó su forma definitiva de sociedad secreta. En ese sentido, se reunió un consejo conformado por los trece rufianes más poderosos de la ciudad, que dieron a la Garduña la estructura final que tendría durante los siguientes tres siglos.

La Garduña adoptó así una forma de organización iniciática dividida en nueve grados a los que se accedía en función de los méritos que realizaban los militantes. El escalafón más bajo de la jerarquía estaba formado por los nuevos reclutas, que pasaban a engrosar la lista de los llamados ”soplones”, a quienes se encargaban las tareas más pesadas y eran poco más que los sirvientes del resto de la organización. Pertenecían a este rango los espías, los exploradores y los portadores de orden. Otro de los grados de la Garduña estaba constituido por las “coberturas”, prostitutas que el grupo empleaba en multitud para tareas de apoyo e información. El liderazgo supremo recaía en los “maestros”, quienes oficiaban las ceremonias de iniciación del resto de los miembros de la sociedad y preservaban fielmente las leyes, costumbres y tradiciones.

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