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Una reina aborrecida

Draga Maschin fue una mujer tan bella como pérfida, terminó asesinada con su consorte, el rey Alejandro, para beneplácito del pueblo.

Su apellido de soltera era Lunjevica. Contrajo matrimonio con el ingeniero checo Mashin y enviudó muy joven. La reina Natalia de Serbia la acogió en su séquito de damas de honor, pero la expulsó al enterarse de las relaciones que mantenía con el joven rey Alejandro. Éste, mientras negociaba su vínculo con una princesa alemana, anunció súbitamente sus esponsales con Draga. La presencia del zar Nicolás II en la boda no hizo sino encubrir el descontento popular, que se concretó en una conspiración militar dirigida por el coronel Dmitrevich y financiada por la dinastía de los Karageorges, la cual desembocó en un cruel asesinato del rey y la reina en el Palacio Real de Belgrado en el amanecer del 11 de junio de 1903.

El 5 de agosto de 1900 el rey de Serbia se casaba con Draga Maschin en la catedral ortodoxa de San Miguel. El país se había liberado del Imperio Otomano apenas veinte años atrás y era uno de los territorios más inestables de Europa. A caballo entre la proximidad del Imperio Austro-Húngaro y la ambición proteccionista de los rusos en su idea de creación de una gran nación eslava, no conseguía salir de la situación de pobreza y escaso desarrollo económico en la que vivía.

En Serbia, el Consejo de Ministros, opuesto al casamiento, había presentado su dimisión al rey. Draga era por entonces viuda de un acaudalado ingeniero de ascendencia checa que le había dado una vida pésima y por sus venas no corría ni un ápice de sangre real. Él era hijo de Milán IV y de la reina Natalia. Ella había servido como dama de corte de la soberana. Fue entonces cuando se conocieron. A pesar de la oposición de sus progenitores que vieron escandalizados el romance, decidieron casarse igual.

Draga tampoco contribuyó a hacerse querer y la dinastía peligraba ante los impulsos autoritarios de Alejandro y su decisión de revocar la Constitución de 1901, que él mismo había jurado. El clima de odio generado por la pareja era cada día mayor. Un grupo de militares, hastiados de los engaños de la reina y la debilidad sentimental del monarca, orquestaron una sublevación que terminó en tragedia. Parece que únicamente querían forzar su abdicación cuando, en la madrugada del 11 de junio de 1903, un grupo de generales entró envalentonado en el dormitorio real. Alejandro I se rebeló. Les asestaron varias puñaladas: ella murió de inmediato, pero él aún sobrevivía cuando lanzaron los cuerpos por el balcón del Palacio Real de Konak. Se cuenta que sus cuerpos fueron descuartizados. Sobre el césped del jardín, desnudos, sangrando, yacían a la vista de los soldados.

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