Matar a Cristina

Lo que parece un hecho aislado tiene al menos dos antecedentes, que, fogoneados con el discurso del odio, podrían multiplicarse.

Los magnicidios como el que Fernan­do André Sabag Montiel intentó en la noche del jueves suelen ser, para los argentinos, situaciones que suceden tras fronteras. De hecho, son más frecuentes en países en donde los niveles de seguridad presidencial son mucho más altos que en el nuestro, como los Estados Unidos, Francia o el Vaticano.

En el país norteamericano, durante el siglo XX dos de sus presidentes y un senador fueron asesinados (Roosevelt en 1933 y ­Kennedy en 1963; el hermano del mandatario, Robert Kennedy, en 1968). También a otros dos titulares del Ejecutivo trataron de asesinarlos (Truman en 1950 y Reagan en 1981). Incluso, en tierras europeas el Papa Juan Pablo II fue víctima de un intento de asesinato y la princesa Diana de Gales encontró la muerte en París.

Haití, Colombia, Brasil, Ecuador, Guatemala, Nicaragua, Bolivia, México y Paraguay son zonas de América que han sufrido este tipo de ataques, pero en la historia reciente lo más cerca de un magnicidio que nuestro país estuvo fue en 1970, cuando la organización Montoneros secuestró y asesinó al entonces expresidente de facto Pedro Eugenio Aramburu.

Pero la figura de alguien que asaltó el poder por la fuerza lejos está de una persona que arribó a Casa Rosada en cuatro ocasiones, en tres por el voto popular, de las que dos la encontraron a cargo del Ejecutivo y una como compañera de fórmula del actual Presidente. También arribó como primera dama de Néstor Kirchner en 2003, cuando su marido tomó el control de una nación a la que una alianza opositora había dejado en llamas dos años antes y que debió ser apaciguada por Eduardo Duhalde.

Por todas estas razones, la figura de Cristina Fernández no puede ser comparada con la de Aramburu, y más teniendo en cuenta que es vicepresidenta en ejercicio de sus funciones, mientras que el exmilitar había tomado el poder por la fuerza en el golpe de Estado conocido como “Revolución Libertadora” que derrocó a otra figura de la historia política de la Nación, Juan Domingo Perón.

En ese marco, no son pocos los que han asegurado querer matar a Cristina. Quizás el más famoso de ellos es Carlos Robledo Puch, conocido como “el Ángel de la Muerte”, quien a partir de junio de 1971 y en apenas 10 meses y medio cometió diez homicidios calificados, un homicidio simple, una tentativa de homicidio, 17 robos, fue cómplice de una violación y encontrado culpable de una tentativa de violación, un abuso deshonesto, dos raptos y dos hurtos. Una seguidilla increíble para solo 326 días de faena delictiva.

Robledo Puch es al día de hoy el preso con más antigüedad en nuestro país, ya que permanece encerrado desde febrero de 1972. El último de sus reclamos para salir fue al gobierno de Cambiemos, cuando le pidió un indulto presidencial a Mauricio Macri y le envió una carta a la entonces gobernadora María Eugenia Vidal en la que decía: “La presente se ha convertido en una pena que se agotaría con la muerte, siendo que la pena de muerte no cuenta con precedentes en nuestro país; y no sería bueno que justo ahora se estableciera uno porque, señora Vidal, se transformaría en una pena desproporcionada, cruel, inhumana y degradante. Razón por la cual, señora gobernadora de la provincia de Buenos Aires, Robledo Puch está solicitando un indulto extraordinario inmediato”.

Visto hoy, su reclamo tiene lógica, por lo menos desde la retorcida mente de uno de los asesinos más prolíficos de nuestro país, debido a que meses antes de suplicar por su libertad, en una de sus tantas evaluaciones psiquiátricas realizadas sobre su persona, aseguró que saldría para “suceder a Perón”, frase que remató diciendo: “Si quedo libre, voy a matar a Cristina Kirchner”.

Quizás en su cabeza el magnicidio contra la figura más relevante de la política ­nacional en los últimos 50 años podría haber sido la moneda de cambio para obtener su libertad.

Pero esas intenciones no quedaron solo en “el Ángel de la Muerte”, hace apenas 138 días en nuestra ciudad una mujer aterrorizada se detuvo en la esquina de la avenida 7 y 48 debido a que un hombre que iba detrás de ella en una camioneta Fiat Fiorino frenó a su lado y asomó el caño del fusil que llevaba consigo para amedrentarla.

El perseguidor, que venía con su hijo, fue detenido por la Policía y luego se supo que venía viajando desde Neuquén hacía tres días, en donde además portaba un fusil de aire comprimido, una cuchilla y una navaja.

“¿Quién va a pelear la guerra si las mujeres están al mando? Me voy a encargar de matar a Cristina”, aseguró antes de ser trasladado a la comisaría Cuarta para iniciar las actuaciones del caso.

Estos son solo apenas dos casos que tomaron dimensión mediática y sobre ­personas a las que se les atribuyen problemas mentales, pero lo cierto es que son la punta de una lanza que día a día se torna más larga y que se alimenta con el discurso del odio de aquellos que quieren enfrentar a los habitantes de un país solo para poder satisfacer sus ambiciones egoístas, a cualquier precio.

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