Pipo Mancera el Señor Televisión

Condujo el ciclo televisivo más visto de todos los tiempos. Era un showman que no solo inventó la cámara sorpresa, sino que también era capaz de hacer pruebas de escapismo y domar leones.

En el rumoroso barrio porteño de Flores, los niños empezaban a alborotarse desde el amanecer. Uno de ellos, apodado cariñosamente Pipo, tenía una sonrisa luminosa y una gran facilidad para hacer reír a sus amigos. Sus padres, por razones de trabajo, debieron trasladarse a Rosario. Vivió diecisiete años en Rosario y eso le sirvió para fundamentar uno de sus eslóganes favoritos: “Yo soy solamente medio porteño. La otra mitad soy de Rosario”.

A la manera de las matrioshkas rusas, José Nicolás Mancera contiene una historia dentro de otra más. A los 17 años volvió a Buenos Aires sin saber qué hacer. Al principio, probó Derecho; estuvo solamente dos años. Después, se pasó a Filosofía; otra vez, no pudo superar los dos años. Sus allegados tenían una explicación para esas carreras truncas: en realidad, lo que le interesaba a Pipo era ser periodista. Y, tras andar incansablemente de tour por las redacciones que entonces existían en Buenos Aires, terminó por anclar en el diario La Razón.

Sobre el filo de la década de 1960, Pipo Mancera acababa de conseguirse un rinconcito del diario todo para él, al que bautizó “Las mil y una”. Siempre había soñado con el espectáculo y lo estaba cumpliendo, porque esa sección se metía en el corazón mismo de ese mundo para desnudarlo. Frecuentaba en sus columnas temas que por lo general estaban fuera de agenda. Por ejemplo, por primera vez, un medio masivo hablaba de las actividades de los cine-clubs. Quienes lo recuerdan de aquel tiempo, afirman que su pequeña figura rumbeaba hacia cualquier lugar donde existiera un libro de cine para exprimirlo hasta la última letra.

A comienzos de la década del 60 empezó a hacer televisión. Los directivos y productores ya lo conocían porque él los interpelaba día a día para mostrarle un proyecto suyo: hacer un programa monstruo, una “revista ilustrada de la TV”, como él mismo la llamaba. Todos lo contemplaban como a un delirante angelical, lo atendían un rato y terminaban por decirle que no.

Cuando apareció Canal 9 con el firme objetivo de alzarse con la audiencia, le llegó la hora: le ofrecieron la conducción de un programa en el que debía presentar películas, al tiempo que Mario Pugliese hacía horóscopos. Dos años después, nacería Sábados circulares, el primer programa ómnibus del mundo, que empezó como un ciclo de cinco horas y media, y llegó a durar ocho; con picos de audiencia que ningún otro reality televisivo pudo superar.

Se cuenta que el día del debut del programa –el primer sábado de enero de 1962-, Pipo se pasó toda la mañana visitando a sus amigos en una especie de recorrida póstuma. Cualquiera creía que lo iban a degollar. Y él mismo confesaba que no sabía nada de nada, que no tenía idea de cómo llevaría adelante el programa.

Así como lo surfers viven buscando la ola perfecta, Pipo Mancera durante 664 sábados buscó superar su propio récord de audiencia, sumando invitados que iban desde Sophia Loren y Alain Delon, hasta Pelé y Raphael, pasando por Sandro, Marcello Mastroianni o, invitando por primera vez a un estudio de televisión a Juan Manuel Serrat, cuando el cantautor español era prácticamente desconocido en Argentina.

El programa iba desde las 14 hasta las 21:30 h, y podía pasar cualquier cosa. Pipo Mancera un día se subió a un avión de pruebas para transmitir las sensaciones del vuelo y no pudo hacerlo del todo porque el piloto- un bromista inefable- le puso los mandos en la mano y le dijo: “Tomá, arreglate y manejalo vos”. Una vez decidió oficiar de Guillermo Tell ante un oficial de policía: el hombre era ducho y le pegó a la manzana, pero Mancera temblaba y se movía tanto que bien pudo pegarle a él. En otro programa, se metió en una jaula a domar un león, látigo y silla en mano. Uno de sus colaboradores explicó: “Él tiene más miedo que nadie, pero hace esas cosas en nombre del periodismo". Para algunos era alguien a quien el afán de raiting le hacía perpetrar una payasada tras otra –mucho antes del primer alunizaje, envió una carta a la NASA para participar en el primer vuelo de pasajeros que se hiciera a la Luna-, para otros fue alguien que, por amor a su oficio fue capaz de revolucionar la televisión argentina.

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