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Una epidemia de ceguera que obliga a aislarse en cuarentena

Ensayo sobre la ceguera, la novela de José Saramago que tuvo su adaptación cinematográfica.

Pese a que lleva en su título la palabra “ensayo”, la obra publicada por el portugués José Saramago, premio Nobel en 1998, es una novela. El libro narra una epidemia de ceguera que se extiende de manera incontrolable en un país cuyo nombre no se menciona. Las personas se vuelven víctimas del “mal blanco”, una clase de ceguera no prevista por la ciencia, y que se contagia con inaudita facilidad provocando el pánico de la población, y dejando al contagiado encerrado en una blancura deslumbrante que lo aparta del mundo. Para evitar que el virus se propague, el Estado recluye en cuarentena a los infectados, y toma medidas que intentan ser cada vez más férreas pero que terminan siendo invariablemente inocuas.
Los protagonistas del libro están recluidos en un manicomio.

Entre los ciegos, hay una mujer que, misteriosamente, es inmune al contagio –es la esposa de un médico que sí ha quedado ciego- y ayuda, dentro de sus escasas posibilidades, a hacer frente a las adversidades a sus compañeros de desgracia.
Están los ciegos que han tomado el poder y se adueñaron de todos los alimentos –exigiendo dinero o sexo a cambio de su distribución-, y los que comparten lo poco que tienen, y buscan la unidad de los “desposeídos” para luchar por sus derechos.

Repentinamente, de una manera tan misteriosa como fue su llegada, la ceguera se va. Pero la normalidad a la que se regresa no es la misma que se conocía antes de la epidemia. Algo ha cambiado irreversiblemente: la felicidad ya no es posible. La vista recuperada no solo permite volver a percibir los detalles de la cotidianidad, sino también el recuerdo de algo monstruoso que se hizo evidente sin necesidad de la mirada: la abyección en la que puede caer un ser humano entregado a la feroz lucha individual por la supervivencia.

La tesis central del libro fue sintetizada así por José Saramago: “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”. En la novela la ceguera actúa como metáfora de la pérdida de la racionalidad en las relaciones humanas. “Claro que todo lo que hacemos lo hacemos con la razón, es decir con eso a lo que llamamos razón, pero estamos usando la razón más para destruir que para construir, más para atentar contra la vida que para defenderla”, afirma el novelista portugués. Si toda una sociedad se vuelve ciega en ese sentido, si olvida la solidaridad, el deber, el respeto, se convierte en una especie de nido de serpientes. Es la conclusión que parece desprenderse del libro. El desastre como único puerto de llegada.

La epidemia contada cinematográficamente

“Ceguera” es el nombre de la adaptación cinematográfica que se hizo de esta novela. La película fue dirigida por el cineasta brasileño Fernando Meirelles (Ciudad de Dios, El Jardinero Fiel), quien siguió fielmente la trama de la novela, provocando en el espectador el mismo efecto que el libro causa en el lector: instalarlo en un mundo dominado por los impulsos humanos más primarios.

La película, conocida en inglés como Blindness, fue recibida con críticas por la Federación Nacional de Ciegos de Maryland, quienes ciñéndose a la literalidad y no al valor simbólico del relato denunciaron que “la película representa a los invidentes como monstruos y creo que eso es mentira”, protestaron ante cines estadounidenses con carteles que decían: “Yo no soy un actor pero interpreto a un ciego en la vida real”.

Julianne Moore es quien interpreta a la mujer que mantiene la vista cuando la ceguera se generaliza. Completan el elenco principal: Mark Ruffalo, Alice Braga, Danny Glover y Gael García Bernal.

Saramago rechazó muchos ofrecimientos de ceder los derechos sobre su libro para hacer una película: “Siempre me resistí, porque es un libro violento sobre la degradación social y no quería que cayera en manos equivocadas”. El novelista quería evitar que la historia se convirtiera en una película de zombis. José Saramago quedó satisfecho –“emocionado”, fue la palabra que empleó- con la adaptación del director brasileño.

Uno de los mayores desafíos para Meirelles fue lograr que el reparto del filme actuase como si realmente hubiera perdido la vista, para lo que instrumentaron lo que llamaron “talleres de ceguera”. Cada actor y cada actriz, dedicaba horas en plena inmersión en la oscuridad para habituarse a percibir el mundo igual que un no vidente.

Tanto en el libro como en la película hay violencia. Una violencia inevitable, según el escritor: “La vida está organizada en función del sentido de la vista que tenemos y si de pronto la gente se vuelve ciega la estructura social se desmorona”.
Más allá de la sensación ominosa que deja la historia, hay una rendija por la que se cuela la certeza de que el hombre puede cambiar, que no está condenado al egoísmo y a la infamia.

El actor mexicano Gael García Bernal lo dijo así: “La película habla de esperanza, porque lo único que nos puede salvar somos noso­tros mismos”. Numerosas veces la literatura y el cine dan versiones diferentes sobre una misma historia. Este es uno de los raros casos en que ambas coinciden.

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