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Cátulo Castillo, un poeta del tango con guantes de boxeo

El autor de clásicos como La última curda, María, Caserón de tejas y Tinta roja fue campeón de box en la categoría Livianos.

Cátulo Castillo ha pasado a la historia como el autor de las letras de algunos tangos clásicos, grabados para siempre en la memoria popular. Lo que se sabe menos es que, además, fue boxeador; ganó 15 de las 18 peleas que disputó, llegando a coronarse campeón en la categoría Livianos.

A los ocho años ya tocaba el violín. Su padre, anarquista, quiso inscribirlo en el Registro Civil como Descanso Dominical González Castillo, como no pudo, ese 6 de agosto de 1906 lo anotó con el nombre de Ovidio Cátulo. Su madre, Amanda Bello, era de nuestra ciudad; vivía en el barrio Hipódromo y era hija del cuidador de un stud. Según contaba el propio Cátulo, su padre secuestró a su madre y se la llevó a vivir con él a Buenos Aires.

La casa de sus padres era un reducto por el que desfilaban artistas de toda laya. Uno de los invitados permanentes era el gran poeta nicaragüense Rubén Darío. Así lo evocaba Cátulo: “Lo veía como una especie de gigante, con su larga melena algo rizada y siempre despeinada. Tenía facciones de chinote y fumaba interminables puros cuya ceniza le caía en las solapas.” Organito de la tarde fue el primer tango de Cátulo, con letra de su padre, escrito a los 17 años y que sería premiado en el concurso Disco Doble Nacional. A partir de allí asumió el desafío de escribir él mismo las letras; y recurriría para la música a artistas de la talla de Anibal Troilo, Osvaldo Pugliese, Sebastián Piana y Mariano Mores, entre otros.

Adscribió al peronismo desde un primer momento. Juan Domingo Perón lo nombró, durante su primer gobierno, director de la Comisión Nacional de Cultura. Fue director del Conservatorio Municipal Manuel de Falla, director de orquesta, docente, gremialista, autor del sainete criollo El patio de la morocha y de temas para películas y teatro de revista. Escribió una novela, El romance de Amalio Reyes, que cuenta las andanzas de un malevo tan valiente como generoso. Fue llevada al cine por Hugo del Carril, en 1970. Cuando la dictadura que usurpó el Gobierno en 1955 lo proscribió de toda actividad pública, estudió Veterinaria y atendía a todos los animales que le traían los vecinos de Ezeiza. Pero una de sus facetas más desconocidas fue la de boxeador.

En 1924, con solo 18 años, fue preseleccionado para los Juegos Olímpicos. Era un boxeador con gran efectividad, con muchos combates ganados por knock out. Uno de sus contrincantes más célebres terminaría siendo uno de sus grandes amigos, el español Luis Rayo, que llegó con su familia a Argentina cuando tenía 6 años. Luis Rayo fue quien le quitó el invicto a Cátulo Castillo. Esa circunstancia fue la ocasión de una amistad. A su regreso al país natal, Luis Rayo se convirtió en campeón de España de la categoría livianos. Se cuenta que hasta Carlos Gardel era admirador de ese gallego que había aprendido en Argentina todo sobre boxeo. Las vueltas de la vida harían que Castillo y Rayo volvieran a encontrarse. En 1928, el argentino viajaría con su orquesta a España, y Rayo fue a verlo a uno de los conciertos. El músico y el campeón español decidieron hacer un combate de exhibición para ayudar a la promoción de los conciertos. Cátulo volvió a ponerse los guantes. Fue una pelea amistosa que cumplió su cometido: la prensa española le dio una amplia cobertura, y las actuaciones de la orquesta de Cátulo se hicieron en salas colmadas de público. El final de Luis Rayo sería al poco tiempo. El campeón español se enfrentó al norteamericano Babe Herman y recibió un golpe que le produjo una lesión pulmonar. Murió cuando sólo tenía 24 años.

En 1974, lo designan Ciudadano Ilustre de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Al recibir el galardón, Cátulo Castillo contó una fábula: “El águila y el gusano llegaron a la cima de una montaña. El gusano se ufanaba de ello. El águila aclaró: Vos llegaste trepando, yo volando. ¿Pájaros o gusanos? –inquiría Cátulo– he aquí una pregunta clave”. Esta águila porteña no hizo otra cosa que volar, ni siquiera la muerte pudo detener sus alas cuando se lo llevó el 19 de octubre de 1975.

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