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Cipe Lincovsky, de los sótanos porteños a los grandes escenarios del mundo

Fue una actriz con una personalidad avasallante en escena, capaz de componer actuaciones memorables tanto en teatro como en cine. Pocos recuerdan sus difíciles comienzos

En los años 60 subía íntegramente vestida de negra al pequeño escenario de El Gallo Cojo, un local que pertenecía a Lino Patalano. La luz del reflector le daba en la cara; de fondo sonaban fragmentos de ragtime, para crear la atmósfera de un cabaret de los años 20. Con ese marco, aparecía sobre el escenario una mujer de ojos enormes, que con una voz envolvente cantaba, recitaba, transmitía lo que decía con todo su cuerpo. Era capaz de ponerse una galera y cantar en alemán alguna canción popularizada por Marlene Dietrich, o clavar en el público como un diente un poema de Bertolt Brecht. Los espectadores salían del teatro sabiendo que habían estado frente a una actriz única.

Cipe Lincovsky era una artista venerada, pero de quien se desconocía su vida personal. Ella decía, con su sempiterno humor: “Es que yo omití el romance, eludí una etapa: la del radioteatro, la fotonovela. Cosas que hacen al conocimiento del actor”.

Nació en Buenos Aires el día de la primavera de 1929, a los 17 años debutó en el teatro IFT, y en el año 1957 decidió radicarse en Alemania para conocer, ver y aprender con los maestros de la escuela de teatro de Bertolt Brecht. El reconocimiento de su talento fue inmediato, al poco tiempo estaba actuando en el Teatro de las Naciones Unidas, bajo la dirección del polaco Konrad Swinarski. “Yo era una hormiguita, y ellos ­creían que era un elefante”, sonreía Cipe al recordarlo. Pero la hormiguita era contratada en París, Londres, Moscú, Madrid, Tel Aviv, Varsovia, Ámsterdam, Lyon y Bruselas; una prometedora carrera internacional que ella interrumpió por una decisión de la que no abdicó jamás: hacer teatro en su país.

En la época en que la televisión argentina daba generoso espacio a la ficción, Cipe Lincovsky fue contratada para hacer, bajo la dirección de María Herminia Avellaneda, el ciclo Los otros, con libro de Carlos Gorostiza. Posteriormente, el canal 7 le propuso protagonizar Grandes novelas. Cuando la invitaron a participar de teleteatros, rechazó las ofertas. Si estaba con problemas económicos, vendía alguno de los cuadros regalados por pintores amigos. Pero teleteatros no.

Algunas de sus interpretaciones han quedado en la historia grande del teatro argentino: Madre Coraje, ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, Casa de muñecas, El patio de atrás. También al cine llegó a la excelencia con papeles en Boquitas pintadas, Quebracho, El juguete rabioso y La amiga, en esta última película compartiendo elenco con Liv Ullmann.

Teatro para el pueblo

Amenazada por la Triple A, Cipe Lincovsky tuvo que marchar al exilio. Su lugar de refugio fue España, al que tomó no solo como sitio para el duelo y la nostalgia, sino como punto de partida para el relanzamiento de su carrera internacional. Pero recuperar el reconocimiento de su trabajo no le hizo olvidar su objetivo principal: hacer teatro para su pueblo. La primera posibilidad que tuvo para regresar la aprovechó, y se sumó al movimiento Teatro Abierto, que fue una de las primeras respuestas desde el campo de la cultura a la última dictadura.

Frecuentemente era contratada para actuar en el exterior, pero siempre regresaba. Podía ser convocada para protagonizar Nijinsky, dirigida por Maurice Béjart y acompañada por Jorge Donn, y volver para actuar en algún teatro de los suburbios de Buenos Aires. Pisó numerosas veces los escenarios de nuestra ciudad. Los teatros platenses en los que más veces actuó fueron la sala de AMIA y el teatro Ópera, en los años en que era dirigido por Pedro Herscovich.

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