cultura
Cuando la droga motivó una guerra
La guerra del opio fue un conflicto bélico que enfrentó a China y Gran Bretaña, motivada por el contrabando de estupefacientes, y cuyas consecuencias no han acabado.
Durante los siglos XVIII y XIX, Gran Bretaña afirmó su dominio en la India, pero tenía graves dificultades en su comercio con China. El intercambio comercial entre ambos países resultaba sorprendentemente favorable a China, en primer lugar, por sus exportaciones de porcelana y seda, después por las de té, que se convirtió en un hábito inconfundible de los ingleses. A cambio de ellos, China importaba poca mercadería a Europa. En definitiva, Inglaterra debía pagar a China la diferencia entre importaciones y exportaciones.
La resistencia comercial del gigante asiático pronto colmó la paciencia de un Imperio británico harto de resolver este tipo de cuestiones a través de medidas diplomáticas. Los esfuerzos inútiles del embajador británico Lord Macartney se topaban con la férrea negativa de Qianlong, quinto emperador de la dinastía manchú de los Qing, quien rechazó todas y cada una de las peticiones de apertura comercial y religiosa que le habían sido planteadas por las autoridades británicas.
A esa altura, sin embargo, los ingleses descubrieron que en China aumentaba vertiginosamente el hábito de fumar opio, droga que derivaba de la amapola. Esta planta, cuyo nombre binomial es Papaver rhoeas, es una curiosa flor cuyos pétalos son de un llamativo color rojo y suelen crecer en campos y descampados alrededor de la carretera. Los alcaloides contenidos en la flor tienen propiedades sedantes, por lo que comenzó a ser utilizada para realizar infusiones que combatían el insomnio, la ansiedad, la depresión y el nerviosismo.
En 1827, el gobierno británico comenzó a enviar considerables cantidades de opio a China para invertir el balance comercial. El opio era adquirido por comerciantes británicos que operaban a través del puerto de Cantón. Una vez en la ciudad, los mercaderes hong sacaban su propia tajada del negocio y lo distribuían al interior del país. Las autoridades chinas, por su parte, procuraron impedir o disminuir esas importaciones anglo-hindúes, aunque entre las clases dirigentes chinas existían dos posturas: mientras unos defendían la prohibición absoluta, otros se decantaban por su legalización con el fin de evitar males mayores. Pero con la aparición de Lin Zexu —gobernador de Hubei y Hunan— todo lo que se consiguió fue un conflicto bélico que pasó a la historia bajo el nombre de la Guerra del Opio.
A finales de 1938, Lin fue nombrado comisario imperial con la misión de erradicar el tráfico de opio de la provincia de Guangdong, en la que Cantón se hallaba circunscrita. Los infiltrados británicos tuvieron que ceder y contemplar cómo se destruían más de veinte mil cajas de opio valoradas en cinco millones de libras. Cuando la noticia llegó a Londres, los británicos enviaron dieciséis buques de guerra y veinte transportes que arribarían a las costas chinas cargados con cuatro mil soldados. Finalmente, la derrota china forzó la apertura de cinco de sus puertos principales a Occidente. Cerrada por el Tratado de Nanking, China debió pagar a los ingleses el equivalente de 21 millones de dólares y cederles el territorio de Hong Kong, además de otras facilidades para los ciudadanos ingleses residentes en China.
Tras aquel episodio, la debilidad política china se hizo evidente en otras concesiones con países europeos a través de varias décadas. Ni siquiera el régimen revolucionario de Mao Tse-Tung pudo impedir que la ciudad de Hong Kong continuara bajo la administración británica, pues el tratado firmado por ambos países establecía el mando supremo de Gran Bretaña sobre esa ciudad por un período de 99 años. En septiembre de 1982, la primera ministra Margareth Thatcher realizó una sorprendente visita a China, cuyo objetivo era negociar algún trato que permitiera a Gran Bretaña conservar sus privilegios sobre Hong Kong más allá de 1997. Las conversaciones no fueron para nada satisfactorias para Inglaterra y además Thatcher regaló una escena inolvidable a los camarógrafos resbalando por una escalera de Hong Kong, lo que dio origen a comentarios que advertían que las conversaciones con China habían iniciado con el pie izquierdo.